Andrew Crosse y la sombra de Frankenstein

El 6 de julio de 1855 falleció en la misma habitación que le había visto nacer hacía setenta y un años un personaje sin igual, uno de esos herejes de la ciencia que llevan mucho tiempo en mi lista personal de genios malditos. Su vida se desarrolló en una perdida esquina del condado de Somerset, al suroeste de Inglaterra, aunque no permaneció siempre allí. Durante un tiempo estudió en Francia y en diversos lugares de su país, siendo aleccionado en letras pero he aquí que el chaval, cuando contaba con apenas doce años de edad, sentía curiosidad por algo más que aprender griego y latín. En cierta ocasión pidió a uno de sus maestros ir más allá, deseaba aprender algo sobre ciencia natural. Lo que pudo haber sido simple capricho se convirtió en pasión, al poco tiempo entró en contacto con algo misterioso que causaba admiración entre sus sontemporáneos, la electricidad. Desde entonces, siendo todavía un niño, decidió que su meta en la vida consistiría en desentrañar los misterios eléctricos. Realmente lo suyo era un caso excepcional, pues además de lector impenitente y poeta, se dedicó a la política con tenacidad. Uno de sus ideales más consabidos consistía en extender la educación a todas las personas, independientemente de su condición social. No tuvo mucho éxito en tal empeño, pero no por ello dejó de luchar, siendo además un magnífico orador que incluso participó en discursos públicos para apoyar a compañeros de partido e ideales. A veces su impulsividad le llevó a situaciones imprevisibles, como cuando partió precipitadamente para contemplar el histórico momento en que Napoleón, tras su derrota en Waterloo, partía hacia su destino final en Santa Helena a bordo del HMS Bellerophon. Aparte de tanto trajín, pues ejercía de magistrado local, su mundo interior estaba repleto de la emoción surgida por los experimentos eléctricos y el amor hacia su numerosa familia fruto de sus dos matrimonios.

Bien, hasta aquí tenemos un hombre acomodado no muy alejado del típico inglés de provincias interesado por las letras y las ciencias de principios del XIX. ¿Qué hace de Crosse un genio maldito? Ni más ni menos el que se atreviera a «crear» vida en el laboratorio a partir de materia inerte y, además, se empeñara en dar todo tipo de detalles de su pecaminosa receta. Lo del pecado viene a cuento de la época, claro está, poco le faltó para ser visto como un siervo de satanás por mucho que la era del vapor y el carbón estuviera en plena efervescencia, muchos aspectos estaban todavía bajo el mando divino.

Desde muy joven tuvo que hacerse cargo de las propiedades familiares, sus padres fallecieron cuando apenas si superaba los veinte años, con lo que las cargas y responsabilidades le impidieron seguir estudiando en la universidad. No fue un problema para él, por el día ejercía de gestor impecable, por las noches como experimentador obsesivo en su propio laboratorio levantado con tesón e ingenio en su hogar de Fyne Court. Al principio centró sus esfuerzos en ciertos aspectos mineralógicos, a saber, la posibilidad de cristalizar por medio de electricidad diversos tipos de minerales a partir de disoluciones de productos químicos. El éxito acompañó sus esfuerzos, con lo que animado por ello pasó a investigar la electricidad atmosférica. Para ello, no se le ocurrió otra cosa que tender un gran cable conductor con cientos de metros de longitud entre los árboles cercanos a su laboratorio. De ahí consiguió algunos resultados notables sobre fenómenos eléctricos del aire, que fueron puntualmente publicados.

Su estrella fue en aumento, tanto que Sir Humphry Davy visitó su laboratorio en 1827, naciendo de ese contacto una colaboración de la que surgió una de las primeras pilas eléctricas de la historia. Crosse ya tenía con eso dos piezas de su máquina ideal, un generador, el largo cable que proporcionaba descargas a partir de la electricidad estática atmosférica y un sistema de pilas en el que poder almacenar tal energía. Con el tiempo la potencia eléctrica que llegó a manejar Crosse fue considerable, almacenándose en su laboratorio gran número de baterías. De momento todo iba bien, las academias atendían a sus memorias de investigación, sus aportaciones tanto en el campo de los acumuladores como en el de la electrólisis y electrocristalización fueron tomadas muy en cuenta. Todo se torció cuando decidió dar a conocer su más osado experimento.

Confiado por sus anteriores éxitos, pensó que aquello le abriría las puertas de los grandes centros del saber ingleses, y no por vanagloria ni deseo de fama, porque no tenía la intención de abandonar su apacible vida. Su objetivo era dar a conocer sus investigaciones sobre ciertos insectos, para que otros llevaran los experimentos más allá, con recursos adecuados. No calculó el peligro de exponer sus ideas a un público nada receptivo.

Acarus crossiiDurante uno de sus experimentos de electrocristalización, Crosse observó la aparición en el interior de placas minerales conservadas en un recinto sellado y sometidas a una corriente eléctrica de considerable voltaje de minúsculos gránulos de un material blanquecino con aparicencia viscosa. Al cabo de unos días esos gránulos se convirtieron en insectos de inusual aspecto, a modo de ácaros. Tras comentar aquel resultado con unos colegas, se decidió a enviar una memoria a la London Electrical Society. Los que, desde entonces, fueron llamados Acarus crossii –a veces también citados como Acarus electicus–, al principio a modo de reconocimiento por tan extraordinario experimento y, más tarde, como si se tratara de una burla, eran muy problemáticos. El núcleo del asunto se encontraba en un debate candente por entonces, la posible generación de vida espontánea sin necesidad de partir de materia de origen biológico. Crosse afirmó que los insectos surgieron en un medio imposible para la vida tal y como la conocemos, en el interior de un mineral, dentro de una cámara libre de contaminación exterior y, además, siendo unos bichejos capaces de medrar a gusto en entornos ácidos y hasta en arsénico, pero no descartó ninguna opción. Sólo algo podía acabar con ellos, el frío. Otros experimentadores, como W. H. Weeks afirmaron haber logrado los mismos resultados siguiendo las indicaciones de Crosse, pero fueron lo suficiéntemente cautelosos como para no publicar memoria alguna sobre ello para las academias.

Se armó un gran lío, por una parte Crosse no afirmó haber creado vida, sino más bien haber sacado de un extraño estado de letargo a algún tipo de insecto que se encontrara de modo latente en el interior de los minerales. No hacía falta que se molestara mucho, ya le habían juzgado, se le acusó de querer jugar a ser dios y con eso tuvo bastante. Cualquiera que deseara replicar los extraños resultados de Crosse podía hacerlo, porque publicó detalladas instrucciones para realizar tales experiencias. Pocos se atrevieron a hacerlo y ninguno habló abiertamente sobre ello, aunque parecía claro el origen por contaminación externa, exponerse al peligro de ser tachado de siervo de satán por experimentar «creando» vida era algo que podía terminar con la carrera de cualquiera. Desde luego, no pudieron con Crosse, porque en su retiro campestre poco podían hacerle, simplemente le ignoraron aunque algunos presbíteros locales bien pensaron en exorcizarle para alejar los demonios que, aseguraban, estaban guiando su trabajo.

Hay algo curioso en el trabajo de Andrew Crosse. Se han contado cientos de historias diferentes sobre dónde encontró inspiración Mary Shelley para dar vida a Frankenstein, pero todavía no se ha resuelto el enigma. Mucho se ha hablado sobre si conocía los experimentos de Galvani y otros, que «levantaban» cuerpos muertos, generalmente de ajusticiados, por medio de la aplicación de descargas eléctricas sobre aquellos desdichados cadáveres. Puede que, en realidad, fueran los experimentos de Crosse, «creando» vida gracias a la electricidad recolectada con su selva de cables entre los árboles y su amplia colección de pilas lo que inspirara a Shelley. Esto es así porque, sorprendentemente, se sabe que aunque los más importantes experimentos de Crosse se llevaron a cabo muchos años después de publicarse Frankenstein, el investigador ofreció una conferencia en Londres en 1814 a la que asistieron varios conocidos de la escritora, que todavía no había alumbrado su célebre obra. En su disertación habló sobre la posibilidad de recolectar energía eléctrica de la atmósfera y, quién sabe, puede que aquello ejerciera de base para que la imaginación de Shelley desarrollara su máquina capaz de dar vida a ese cuerpo de fragmentos disgregados que poco atendía a los deseos de su creador, el doctor Frankenstein.

Y, ahora, el broche final a esta historia. Bien, sé que está en inglés, pero no puedo dejar de recomendar vívamente a quien haya encontrado mínimamente atractiva la figura de Crosse a través de mis torpes letras, la lectura de sus memorias que es de lo más fascinante. El libro completo puede descargarse completo en diversos formatos gracias a Internet Archive:

Memorials, Scientific and Literary, of Andrew Crosse, the Electrician (1857)

Más información:
Rexresearch: Andrew Crosse – Abiogenesis of Acari
BBC: Frankenstein of Fyne Court?
Somerset County Council: Inspired Mary Shelley’s ‘Frankenstein’?
Wikipedia: Andrew Crosse