Los efectos espaciales de los riesgos naturales



Los riesgos como factor de desarrollo / subdesarrollo:

A perro flaco todo son pulgas, el refrán puede aplicarse a la consideración de los riesgos como factores de desarrollo y subdesarrollo. La manera de enfrentarse a los riesgos naturales, la mentalidad y preparación ante los mismos es muy diferente dependiendo del grado de desarrollo social y económico. Afrontar inundaciones o terremotos en lugares subdesarrollados es muy diferente a hacerlo en el primer mundo, como últimamente se ha podido ver en los casos de terremotos en Irán o Pakistán. Cuando se cuenta con infraestructuras adecuadas, servicios y planes de emergencia preparados y una mentalidad adecuada ante el riesgo, afrontar las situaciones de crisis es más llevadero, las víctimas mortales se reducen y los daños a infraestructuras son menores. Pero si la misma situación, llámese terremoto, inundación, tornado o cualquier otra crisis de riesgo natural, afecta a lugares menos desarrollados, la catástrofe es imparable. Y lo es porque no existe preparación, ni pública ni privada, las infraestructuras suelen ser deficientes, cuando no inexistentes, las viviendas paupérrimas, la economía muy débil y la mentalidad de la población raya muchas veces lo supersticioso.

El caso del reciente terremoto en Pakistán, es un caso ejemplar de esto. Casas de adobe, coordinación pésima, pobreza, mentalidad tipo “castigo divino”. Precisamente, los pocos edificios que quedan en pie han sido los oficiales y los de las clases altas, construidos con mejores materiales que el resto, aunque tampoco de muy buena factura. Esto ha sucedido y sucederá muchas veces, un mismo riesgo afectará de manera muy desigual a poblaciones con diferente grado de preparación derivada de su nivel de desarrollo. Pero, además, sufrir desastres como esos puede suponer, y de hecho supone, un lastre que impide el desarrollo. En lugares que de por sí ya están en crisis, donde sobrevivir a diario es complicado, con economías débiles y gobiernos aún más endebles o corruptos, que encima te llegue “por castigo divino” como decían en Bam, terremotos o inundaciones, supone un freno e incluso una vuelta atrás en el proceso de desarrollo. Ese lastre suele mantenerse durante años o décadas, a veces incluso, cuando se está a punto de salir del “pozo”, una nueva situación de crisis, a veces provocada por el mismo fenómeno que la anterior, vuelve a hacer retroceder el estado de las cosas.


La incidencia de los riesgos en la concentración / dispersión espacial:

La lógica nos indica que, en aquellas áreas especialmente sensibles a los riesgos naturales, la población estará más preparada para afrontarlos o, cuando menos, la densidad poblacional será menor que en zonas más “estables”. Esto es cierto en algunas áreas críticas, lugares donde no vive prácticamente nadie, pero como la propia definición de riesgo natural nos dice: …peligro al cual se esta expuesto individual o colectivamente en ciertas circunstancias … donde no hay población, no hay riesgo natural. Contrariamente a la lógica, zonas de alta concentración humana suelen ser a la vez zonas de gran incidencia de los riesgos naturales y lugares en los que esa gran cantidad de población puede favorecer, con sus actuaciones en el medio, la exposición a riesgos naturales.

cuadro

Como puede verse en el cuadro anterior, Asia es la región del planeta en la que la incidencia de los desastres naturales y las pérdidas de vidas humanas son superiores. No sólo hay una mayor exposición por la alta densidad de población, sino que el grado de desarrollo de los países afectados incide negativamente en los datos, sobre todo en la mortandad. Como caso contrario, en América del Norte, con incidencia de desastres similar, la pérdida de vidas es mínima. En este caso no se debe sólo a la menor densidad poblacional, sino sobre todo a una mejor preparación ante los riesgos.

Existe una tendencia generalizada por parte de las poblaciones, durante toda la historia, a ocupar áreas especialmente peligrosas, desde la ocupación de fondos de valle, periódicamente inundados, a la “manía” de vivir en áreas de alta peligrosidad sísmica, como California o Japón. Más allá de las explicaciones económicas, habría que buscar el fundamento de este “vivir en peligro”, en el fondo de la psicología humana. Además, cuanto más aumenta la población en esos lugares, más crece el peligro. Las sociedades, cada vez más concentradas en grandes ciudades, dependientes de infraestructuras de comunicación sensibles a los riesgos, hacen que su vulnerabilidad crezca cada vez más. La terquedad humana se muestra por doquier, pues regiones periódicamente azotadas por desastres naturales son reocupadas casi de inmediato, algunas veces mostrándose preocupación e interés en crear unas medidas de prevención o de seguridad, dado que el riesgo no desaparece. Pero, en muchos casos, la reocupación se produce sin ningún control ni prevención, pareciendo como si se hubiera olvidado lo que ha sucedido. Naturalmente, al no haber desaparecido el riesgo, e incluso al haberse aumentado pues la población de nuevo establecida puede ser superior a la anterior, los episodios catastróficos se repiten, una y otra vez, en los mismos lugares.

Efectos de los riesgos en la población:

La mayor densidad de población, el aumento en el grado de urbanización, las actuaciones sobre el medio físico realizadas sin tomar conciencia del riesgo, son factores que tienden a hacer que aumente el riesgo. A esto se debe unir la general ignorancia y la falta de acciones concretas contra el riesgo que muestran la mayor parte de las administraciones en muchas regiones del planeta. Y si los gobiernos ignoran el riesgo, a veces por “no gastas dinero”, otras por simple arrogancia, la población suele mostrarse incluso más ajena al mismo. Esta mentalidad de “vivir con miedo” pero ignorando a la vez el riesgo, es lo que puede explicar en parte el incremento del riesgo en zonas clave, como en Asia. Con la construcción de nuevas infraestructuras “contra el riesgo”, como algunas presas gigantescas, se quiere mantener a la población tranquila. El problema es que, muchas veces, esas infraestructuras “preventivas” se vuelven en contra de sus creadores y, lo que es peor, en contra de las poblaciones que sufrirán las consecuencias de su inoperancia. Cada sociedad genera adaptaciones diferentes ante el riesgo, dependiendo de su mentalidad, su capacidad económica o su motivación. Pueden crearse nuevas infraestructuras para “eliminar” el riesgo, como en el caso de grandes obras hidráulicas, pero en muchos lugares son inasumibles.

Los efectos de los riesgos sobre la actividad económica:

La economía suele ser muy vulnerable al riesgo, sobre todo en aquellos lugares de alta exposición y/o ignorancia del mismo. Las actividades industriales, que viven atadas a ese cordón umbilical que son las vías de comunicación, pueden verse afectadas, destruidas o paralizadas por sucesos catastróficos que sucedan en su área de actividad, pero también lejos de ella. Una inundación grave en Valladolid (por ejemplo) puede paralizar industrias de toda la región, por ejemplo, por incapacidad de comunicarse entre ellas. A esto se une el daño sobre infraestructuras básicas para la población en general, electricidad, gas, agua, y el peligro de caída o ralentización en los servicios públicos. La administración puede volverse inoperante igualmente. La agricultura sufre también los efectos, como las actividades mineras. Por todo ello es vital contar con planes adecuados y coordinados entre las administraciones y la población para, en caso de emergencia, impedir o minimizar los efectos paralizadores que los riesgos naturales suelen tener sobre la economía en su conjunto. Pero la propia localización de muchas actividades industriales o agrarias hace que su nivel de exposición al riesgo sea muy alto. La necesaria adaptación de las sociedades para minimizar los riesgos depende, como señalé antes, de la capacidad económica y la motivación de la población. Naturalmente, una población expuesta, desea que el daño sobre sus infraestructuras, industrias y agricultura cuando se enfrentan al riesgo. Pero el criterio de rentabilidad es el que manda, sobre todo cuando el riesgo se ve en la lejanía, “podría llegar” pero no se sabe cuando, suele ser la reacción en muchos lugares. Ante las grandes inversiones necesarias para disminuir la exposición a los riesgos naturales, incluso teniendo capacidad para realizarlas, se tiende a realizarlas de manera parcial o a no llevarlas a la práctica. Muchas veces que es más “rentable” mantener la exposición al riesgo, que tratar de evitarlo, todo depende de lo que cueste la reconstrucción y de la mentalidad de la población.