Primer

He de empezar esta colección de palabras urdidas con mayor o menor acierto avisando que destriparé algunos de los elementos más característicos de esta película. Primer, éste es su título. Shane Carruth, su director. Poco más se puede decir desde el punto de vista técnico porque, sí, hay actores y colaboradores, pero Shane es quien ideó todo, escribió el guión, localizó los escenarios, diseñó la película plano a plano y, por si esto no fuera bastante, compuso la música, actuó y sólo se gastó la insignificante cantidad de 7.000 dólares. Nadie en su sano jucio hubiera dado un duro por esta película desde el punto de vista de la gran industria, pero el producto final es sorprendente y ha cosechado premios como el de Sundance de 2004, el mismo año de su estreno. No me imagino la cara que pondrían los ejecutivos de cualquier productora si se hubieran encontrado en sus despachos con un matemático friki que ha decidido dejar el mundo de la empresa para ser cineasta. Como estaba claro que no iban a hacer el más mínimo caso del proyecto, Primer nació y se desarrolló sólo a partir de la iniciativa de su director. Simplemente por este hecho ya merece la pena disfrutar la película, es algo así como la obra de un todoterreno de los medios audiovisuales.

Muy bien, una historia de superación con final feliz pero, ¿qué tal es la película? Aquí es donde entra la subjetividad y opinión de cada uno. Veamos, cuando ayer me dejaron el DVD, que transformé en vídeo para el iPod y así poder ver la «peli» por la noche, con calma y en la oscuridad, llegaba resplandeciente porque me había cruzado con estupendos comentarios. Todo el mundo la aplaude, es una maravilla, de lo mejor, comparable o incluso mejor que Donnie Darko y, claro, uno no es de piedra. Vale, seré breve y directo. No puedo compararlo con Donnie Darko, no tiene el toque onírico, surrealista y fantástico de esa película, una obra maestra, porque se trata de algo completamente diferente. En Primer todo es gris, plano, soso incluso, pero se trata de un efecto buscado. Para empezar, he de afirmar que la primera parte de la película constituye uno de los comienzos y desarrollos más atractivos que he visto nunca. Pero, mucha precaución, opinarán igual los geeks, tecnofrikis y demás, pero la gente «normal» seguramente a los dos minutos bostezará y mandará a freir espárragos la película. Esto es así porque el director no pone las cosas fáciles al público, piensa como un matemático, como un «loco» de la ciencia ficción distópica. Se trata de narrar una sencilla historia de «viajes» en el tiempo, pero la forma de hacerlo desmadeja a casi todo el que contempla el desarrollo de la trama, porque se mezclan tiempos, narraciones y, sobre todo, detalles que sólo los muy, repito, muy frikis pueden captar. Me encantaron los diálogos de los cuatro ingenieros, taciturnos y grises, trabajando en un garaje montando circuitos de su invención en horas libres tras una agotadora jornada en una multinacional.

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Se habla de patentes, bobinas de Tesla, de cálculos, entropía, diagramas de Feynman, freón… ¿es que acaso el público «normal» va a entender algo de esto? En realidad no es importante, porque son citas y referencias que saltan aquí y allá, no es necesario entender cada frase, pero si no se hace, se pierde la gracia de la película, el motivo por el que me ha gustado, porque si nos referimos sólo a la trama, sin esos diálogos, la cosa queda confusa y sin sentido alguno. Resumiendo, tenemos a un grupo de geeks fanáticos montando sus inventos en el clásico garaje donde comienzan los sueños tecnológicos, al más puro estilo DIY. Dos de ellos experimentan con una caja equipada con superconductores, circuitos para enfriarlos y placas de monitorización. En teoría, se supone que lo que se introduzca en la caja perderá «peso», que no masa claro está, con lo que tendríamos algo así como un revolucionario campo antigravitatorio, un experimento que me recuerda mucho a ciertas experiencias llevadas a cabo hace unos diez años en los países nórdicos en las que, si no me falla la memoria, se suponía que un superconductor podía «apantallar» levemente el campo gravitatorio terrestre. La cosa quedó ahí, mezcla de pseudociencia y teorías intrigantes, pero seguramente sirvió para alimentar la caja de Primer. Lo curioso de la trama está en que la máquina no funciona o, mejor, sí lo hace pero con resultados inesperados. En uno de los momentos más originales de la película, descubren los protagonistas que la capa de hongos que invariablemente aparece en el interior de la caja donde se colocan los objetos experimentales, pertenece a una especie común pero, he aquí lo increíble, mientras la caja está conectada al alimentador eléctrico, alcanza un desarrollo que sólo sería posible si pasaran varios años. En conclusión, como no son tontos, ni mucho menos, se dan cuenta que el experimento lo que en realidad genera es una especie de distorsión temporal, lo que se coloque dentro vivirá un tiempo propio, «viajará» al futuro o, con los ajustes correctos, al pasado.

Ya tenemos todos los ingredientes para crear una historia de viajes en el tiempo fascinante. Lamentablemente, aquí es donde el director, a mi modo de ver, se lía por completo. No está nada mal la idea de crear máquinas para que en su interior «viajen» personas al pasado, con cuidado de no chocar con sus dobles, el discurso clásico de las paradojas y el más clásico todavía de hacerse rico volviendo al pasado con información privilegiada de la bolsa y similar, sin embargo, el discurso moral, casi psicológico, la complejidad de las sucesivas líneas temporales cruzadas y un final abierto, e incluso soso, hacen que el proyecto en su conjunto, en mi opinión, nazca muy bien, se desarrolle con intriga suficiente pero muera sin fuerza alguna. No sé cómo se tomaría la película alguien alejado de asuntos técnicos y científicos, o que simplemente no disfrute con especulaciones de ciencia ficción, seguramente no aguantará mucho y se aburrirá, pero para los que estamos al «otro» lado, se trata de un experimento visual muy atractivo, puede que un tanto falto de chispa, pero original.