El aeronauta temerario y una escena de amor a bordo de un globo (1785)

En un mundo que acababa de descubrir cómo volar en globos de aire caliente o, también, de hidrógeno, la pasión por el vuelo no tardó en llegar a todas partes. Por doquier aparecían los imitadores de los hermanos Montgolfier1, queriendo emular los célebres vuelos con aerostatos en Francia, aunque pocos lograban separarse del suelo. Uno de aquellos émulos logró tanto éxito que tuvo hasta club de admiradores y fue conocido en Inglaterra como the daredevil aeronaut, el aeronauta temerario. Se trataba del aristócrata y diplomático italiano Vincenzo Lunardi, quien en su estancia en Londres dedicó tiempo a pensar cómo volar en globo más que en tareas propias de su cometido político. Vamos, que se obsesionó con la fama que le podría dar aquello de volar por los aires. Lo logró, y además lo hizo apenas unos meses después del triunfo de los Montgolfier.

Biggins
El vuelo de Biggin y Letitia en el globo de Lunardi, Londres 1785.

Después de sus vuelos británicos, el aventurero italiano decidió probar suerte en otras tierras. Más que nada, lo que hizo fue escapar porque había armado un gran lío en Escocia con un vuelo en el que falleció una persona. Voló sobre el monte Vesubio en 1789, y realizó otros vuelos por Italia, así como en España y Portugal. Cada una de sus aventuras se convertía en un espectáculo y, por supuesto, en un negocio por el que se cobraba entrada o bien se ingresaba un nada despreciable capital por parte de patrocinadores. Lunardi ofreció dos vuelos en Madrid. El primero de ellos tuvo lugar en el parque del Retiro en agosto de 1792, acabando el viaje cerca de Alcalá de Henares. El Diario de Madrid se había encargado de caldear el ambiente anunciando la aventura. Carlos IV había ordenado que la recaudación del evento, o al menos una parte de ella, fuera destinada a fines benéficos. Para acceder al recinto del globo había que pagar 4 reales si se quería estar de pie al fondo, 24 para contar con una silla en las primeras filas o entre 20 y 16 por las más alejadas. Aquel 12 de agosto de 1792 se vendieron más 12.000 entradas para ver en el Retiro el flamante globo y al intrépido aeronauta, recaudándose la pasmosa cifra de 104.372 reales2.

Todo el que pintaba algo en Madrid y alrededores se acercó a ver el espectáculo, eso de figurar no es cosa de nuestro tiempo, uno no podía perderse el evento más sonado del año. Las damas estrenaron llamativos vestidos, se veían flamantes uniformes, se reunieron tres bandas de música y todo tipo de vendedores de aperitivos. Hacia las cuatro de la tarde se destapó el globo, repleto su interior de aire mezclado con hidrógeno hasta dos terceras partes de su capacidad. Sonaron marchas, apareció por allí un pequeño al que todos miraban, alguien que andando el tiempo se convertiría en Fernando VII, junto con otros miembros de la familia real. Las gentes que habían pagado por las sillas no hicieron uso de ellas, todo el mundo permaneció de pie intentando alargar sus cuellos para no perder detalle de la fiesta. Hacia las seis se hizo el silencio, Lunardi ascendió a su nave y fueron liberadas las cuerdas de amarre, el globo ascendió mientras sonaba una marcha compuesta en Londres para el evento por Samuel Westley, llamado por algunos «el Mozart inglés».

El aparato ascendió con lentitud mientras miles de ojos observaban con asombro el vuelo del intrépido aeronauta, que se convirtió pronto en un lejano punto en el cielo. Entonces el silencio se convirtió en delirio, la gente gritaba y reía, el asombro fue general. Lunardi comentó más tarde que subió hasta una altitud en la que el frío era muy molesto. Escribió a duras penas unas frases sobre un papel que envió al viento por medio de una paloma mensajera. El destinatario era el duque de la Roca, supervisor oficial del evento, pero la paloma cayó casi a plomo por el frío acabando finalmente merendada por los cerdos de una granja. El globo descendió cerca de Alcalá, donde las gentes ayudaron al aeronauta a vaciar el gas y plegar el globo, mientras se le ofrecía una espectacular cena.

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Vuelo sobre Aranjuez, obra de Antonio Carnicero.

El segundo vuelo partió de Aranjuez el 8 de enero de 1793. Una auténtica fiesta, con la familia real, aristócratas y personas de toda condición asombrados de nuevo. Volar en invierno en Madrid tiene sus peligros, el globo debió de ser protegido contra la helada de la noche y hubo retrasos porque se había formado hielo sobre la cubierta pese a tanta precaución. Carlos IV y familia aparecieron en uno de los balcones que daba al patio de palacio, el globo ascendió y, de repente, el viento comenzó a jugar con el aparato y… con los nobles. Aquello parecía más un partido de tenis que otra cosa, pues tan pronto el globo aparecía a un lado del palacio como en la otra, en bandazos rápidos. Tuvo que ser gracioso porque la familia real y sus acompañantes corrieron entre pasillos para mirar por las ventanas de una fachada del palacio y, al poco, debían ir a la contraria para poder seguir el vuelo del globo de Lunardi.

Volvamos a Inglaterra para dar cuenta de la razón del título de este artículo. Recordemos que Lunardi se había convertido allí en toda una estrella. En su primer vuelo británico, un tanto accidentado, tuvo por compañía a un perro, un gato y una paloma enjaulada. Pronto cambió esas compañías por otras más «publicitarias». Las multitudes le seguían e incluso la moda femenina comenzó a crear nuevas prendas y estilos siguiendo los estilos del diseño de los globos del italiano.

Lunardi tenía un socio en tierras inglesas llamado George Biggin, que iba a ser su compañero de vuelo el 29 de junio de 1785. Junto a ellos volaría un amigo, el coronel Hastings, y una mujer muy especial. Se trataba de Letitia Ann Sage, una modelo y actriz con cierta fama y una apasionada seguidora de Lunardi. La siguiente imagen nos muestra una pintura de aquel mismo año en el que se idealiza la escena. Aparecen Vincenzo Lunardi, George Biggin y la señorita Letitia Anne Sage.

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Pensemos en el globo, no es que fuera una maravilla de la tecnología, a duras penas podía volar y era prácticamente incontrolable, marcharía allá donde el viento deseara. Comento esto porque había un factor clave: el peso de los ocupantes. Resultó que, al subir los cuatro a la barquilla, el globo no se movió. Los espectadores que se habían congregado en la orilla sur del Támesis se impacientaban, el espectáculo debía llevarse a cabo como fuera. Volvamos a la imagen anterior porque tiene su importancia y lo de «idealización» tiene su aquel. Lunardi y Hastings decidieron que sólo volarían Biggin y Letitia porque resultó que la actriz era, cuando menos, voluminosa, algo muy apreciado por entonces. Lo malo es que ese aprecio no tenía nada que ver con la física, así que el exceso de peso impedía al globo ascender, cosa que sólo pudo ser posible cuando se redujo a dos el número de ocupantes. He aquí un retrato de Letitia Ann Sage realizado aquel mismo año.

Letitia_Ann_Sage

La ascensión fue problemática. Las gentes quedaron impresionadas, ¡una mujer y un hombre volando en globo! ¿Qué podría suceder allá arriba? Los cotilleos fueron instantáneos, Letitia quedó arrodillada al poco de comenzar la aventura, intentando cerrar la barquilla, mientras Biggin quedaba justo a su espalda creando una escena que se prestaba mucho al doble sentido. Aunque se hicieron chistes acerca del peso de la actriz, realmente era imposible que aquello volara con cuatro personas, ni siquiera con tres y además estaba el problema del espacio en la barquilla, Lunardi no había calculado bien.

Letitia y Biggin surcaron los cielos de Londres durante casi dos horas, merendaron allá arriba y, a decir de algunos cronistas muy imaginativos, hicieron mucho más que disfrutar de la comida. Finalmente aterrizaron sobre unos campos cerca de Harrow, donde les esperaba un cabreado labriego que a punto estuvo de ensartarlos con una horca de no haber sido porque fueron salvados por unos chiquillos. Así pues, tras los cotilleos que aparecieron en la prensa días después, siempre quedará la duda de si Letitia y Biggin fueron los primeros en experimentar las delicias del sexo en vuelo de toda la historia.

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1 Bartolomeu Lourenço de Gusmão ya había logrado un vuelo aerostático en 1706, pero la aventura del portugués apenas fue conocida en Europa y, por ello, no entró en mayúsculas en la historia.
2 Véase La Ilustración artística del 10 de agosto de 1896.