Los raros

SatieSirva el título de este pequeño artículo como humilde homenaje a la obra de Rubén Darío del mismo nombre y a un «derivado» suyo, cierto programa de Radio Clásica que se emitía los fines de semana con la intención de descubrir obras de compositores casi olvidados y, por lo general, malditos1.

En Los Raros, publicado en 1896, Rubén Darío realiza una compilación de escritores que, por diversos motivos, eran admirados por el poeta nicaragüense, como Edgar Allan Poe. No pretendo, ni de lejos, reunir una «colección» como aquella, simplemente trato de citar algunos de los «raros» que más interés han despertado en mí. ¿Qué entiendo por raro? Sin acudir a definiciones de diccionario, tomaré como raro a alguien extraño, diferente, a medio camino entre la locura y la genialidad que, por diversos motivos, resulta alguien oscuramente atractivo. Los raros abundan en la historia y podrían hacerse compilaciones de muchos tipos. A modo de sencillo repaso, elegiría los siguiente ejemplos por sobresalir entre el conjunto de raros que son o han sido. Claro, es algo muy personal, pero no creo que nadie niegue la «rareza» de los siguientes ejemplos.

Ruben Darío citaba a uno de esos raros rarísimos, un personaje atormentado que creó una obra verdaderamente maldita, un misterioso hombrecillo al que siempre colocaría en una lista de raros, sobre todo si a lo literario nos referimos. Isidore Lucien Ducasse, que prefirió ser conocido como Conde de Lautréamont, es un bicho raro de esos que aparecen cada mucho tiempo. Vivió en Francia, pero se supone que era uruguayo. Hijo de un diplomático, apenas se conoce nada de Isidore y, lo poco que aparece en sus remedos de biografía, es altamente dudoso. Heredero del más enfermizo romanticismo parisino, oscuro y taciturno, alumbró una de las obras malditas más sorprendentes de la historia de la literatura: Los Cantos de Maldoror. Isidore falleció muy joven, no se conoce la causa, hay quien supone que sucumbió a las drogas. No hay datos ni fechas precisas, lo único que se sabe es que tal personaje creó a mediados del siglo XIX una obra centrada en el Mal, con mayúscula, todo lo malo es citado y ensalzado en medio de una especie de pesadilla magistralmente urdida. Los Cantos de Maldoror es uno de esos libros que pueden dar dolor de cabeza o despertar extrañas sensaciones. ¿Acaso se trató de una broma? Parece que no, Ducasse seguramente vivía en un mundo propio, en el que la fantasía y la imaginación siempre vencían a la realidad. No debe extrañar que los surrealistas consideren su figura como la de un precursor de su movimiento. Imágenes grotescas, asesinatos, sexo, violencia, lugares oscuros y pútridos, sadomasoquismo… cualquier tipo de «desviación» tiene cabida en esta obra que inspiró, por ejemplo, a Salvador Dalí. El libro sufrió censura, pero el paso del tiempo hizo que su aura de misterio y oscuridad creciera hasta convertirlo en un objeto de culto. Hay quien ha llevado su pasión por el «diabólico» escritor más allá de lo saludable. Ahí queda, por ejemplo, la boda póstuma propuesta por la extravagante artista de Nueva York Shishaldin, con el deseo de casarse con Ducasse en 2004, llevando el escritor más de un siglo fallecido, algo que supuso un movimiento publicitario muy original2.

Otros locos geniales, raros por derecho propio, ya han visitado TecOb en otras ocasiones. Entre ellos, sin duda Kurt Gödel merece ser citado. Bordeando la locura, aquejado de un trastorno alimentario que terminó por llevarlo a la muerte, el genio de Gödel alumbró algunas de las páginas más sobresalientes de la matemática de todos los tiempos. Raro entre los raros también es recordado Howard Hugues, el magnate aviador, director de cine y obsesivo compulsivo que terminó sus días mugriento y asilado en una oscura habitación de hotel aterrado ante la imaginaria presencia de gérmenes y otros peligros por todas partes3. No es de extrañar que, al poco tiempo, surgieran leyendas de todo tipo que soñaban con un Hughes que habría escapado de la muerte, dedicándose a recorrer las carreteras de los Estados Unidos haciendo autostop, buscando alguien a quien regalar su fortuna si verdaderamente era merecedor de ella.

Ahora bien, tengo un raro favorito, alguien muy especial porque además de ser raro, ejercía de ello y se sentía orgulloso de su rareza. Erik Satie, compositor inconformista, discípulo de sí mismo, quien prohibía el paso a su habitación, el mismo que saltaba para no pisar nunca el quicio de una puerta, poeta inclasificable, independiente pero reivindicado, con el tiempo, por surrealistas, cubistas, dadaístas, minimalistas…. ¡Único! Entre sus muchas locuras-genialidades, me quedo con una invención que, en su época, no parecía una idea con futuro, pero que hoy está presente por doquier. Cierto es que había pianistas que con su música creaban una especie de «banda sonora» para las conversaciones de café, por ejemplo, pero Satie iba más lejos, ya estaba pensando en los hipermercados y el hilo musical antes de que existieran. Así nació su Música de mobiliario, ideada para que nadie la escuchara:

La Música de mobiliario es básicamente industrial.
La costumbre, el uso, es hacer música en ocasiones en que la música no tiene nada que hacer… Queremos establecer una música que satisfaga las «necesidades útiles». El arte no entra en estas necesidades.
La Música de mobiliario crea una vibración; no tiene otro objeto; desempeña el mismo papel que la luz, el calor y el confort en todas sus formas…
Exijan Música de mobiliario.
Ni reuniones, ni asambleas, etc. sin Música de mobiliario…
No se case sin Música de mobiliario.
No entre en una casa en la que no haya Música de mobiliario.
Quien no ha oído la Música de mobiliario desconoce la felicidad.
No se duerma sin escuchar un fragmento de Música de mobiliario o dormirá usted mal 4.

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1 Desconozco si el programa sigue emitiéndose actualmente, aunque espero que así sea. Cada vez tengo menos tiempo para disfrutar de la radio.
2 Shishaldin aprovechó un resquicio arcaico en la legislación francesa que permitiría a alguien poder contraer matrimonio con una persona fallecida.
3 Ni siquiera se sabe con exactitud dónde murió Howard Hughes, se especuló con que había fallecido en una habitación de hotel en Acapulco o en el vuelo que lo trasladó a un hospital de Houston donde ingresó ya cadáver. Su cuerpo parecía más el de un vagabundo que el de uno de los millonarios más importantes de su época.
4 Texto de una carta de Erik Satie a Jean Cocteau del 1 de marzo de 1920, en traducción de M. Carmen Llerena para la compilación de textos de Satie realizada por Ornella Volta en la edición de Acantilado titulada Cuadernos de un Mamífero.

En la imagen: Erik Satie.