El grito de la Tierra

el gritoLa gran isla humeante llevaba varios meses respirando con dificultad, lanzando al aire una pestilente mezcla de gases y cenizas. De vez en cuando, aumentaba la intensidad de sus estertores acompañados por la emisión de ardiente lava para, pasado un tiempo, volver a la quietud. Nada parecía diferente aquel día pero, aunque no lo sabían, los habitantes de Java, Sumatra y el resto de islas cercanas a la volcánica y moribunda Krakatoa, estaban a punto de sentir y sufrir algo horrendo.

Los pescadores que recorrían las aguas cercanas a la isla se habían acostumbrado al molesto comportamiento del volcán. Aquel 27 de agosto de 1883, sin embargo, cambió todo en apenas unas horas. La cámara magmática del monstruo, rellenada de nuevo tras las erupciones recientes con material magmático muy caliente, no pudo soportar la presión de los gases acumulados en su interior y terminó cediendo. No podían sospechar lo que iba a suceder, por mucho que hubieran corrido, por mucho que se hubieran escondido, daba lo mismo, todas las personas que habitaban a muchos kilómetros a la redonda del volcán dejarían de existir aquel mismo día. Ignorantes de su destino, seguían pescando, cuidando sus tierras, dedicándose a sus labores cotidianas. Lejos, mar adentro, buques de lejanas naciones navegaban siguiendo sus acostumbradas rutas comerciales o militares. También ellos sufrirían un sobresalto, no mortal, pero sí imborrable.

Cuando la caldera del volcán que habitaba en el interior de la isla de Krakatoa no pudo soportar más presión, explotó. La palabra se queda corta, decir simplemente que explotó no hace justicia a lo que en realidad sucedió. Voló, reventó, se deshizo en pedazos con una violencia inimaginable, en medio de varias detonaciones de tal potencia que, a su lado, la explosión de una bomba atómica no podría considerarme más que un leve petardo. La tierra tembló, el aire se volvió irrespirable, el mar huyó para dar vida a gigantescos tsunamis que arrasaron las costas de Indonesia llevando su mensaje de muerte a casi cuarentamil personas. En la lejanía, las tripulaciones de barcos europeos y americanos pudieron dar cuenta en sus cuadernos de bitácora de la llegada del Día del Juicio, el horizonte tornó rojizo y el mar enfureció de repente, las estrellas desaparecieron y un distante rugido devoró cualquier otro sonido. De Australia a Madagascar, de Filipinas a la India, a lo largo y ancho del Océano Índico, se dejó sentir el final del Krakatoa. Una inmensa cantidad de cenizas llegó a las porciones más elevadas de la atmósfera de nuestro mundo, distribuyéndose con el paso de los días y las semanas por todo el globo. La luz cambió en poco tiempo, los habitantes de todo el orbe se dieron cuenta de que había algo diferente, el Sol no iluminaba como siempre, crepúsculos brillantes y rojizos, sucias lluvias de barro, sorpresivas olas de frío…

Dicen que el terrorífico sonido de las explosiones en el seno del Krakatoa aquella terrible jornada, fue el mayor registrado en toda la historia. Ciertamente, medio mundo se estremeció, testigo de algo imposible de relatar con justeza. Australianos y africanos, indios y árabes, sintieron temblar la tierra, en medio de un estruendo aterrador, pero quienes vivían en Indonesia ni siquiera tuvieron tiempo de sobresaltarse. Puertos y ciudades dejaron de existir en cuestión de minutos, el mar se llenó de cadáveres y grandes áreas, antes pobladas, fueron abandonadas para siempre.

Lejos, muy lejos, alguien observaba el cielo, escudriñaba el alma humana, sufría por intentar expresar lo que su percepción le mostraba. Atardeceres infernales, rojos como la sangre, que sirvieron para que un atormentado hombrecillo noruego llamado Edvard Munch diera vida, pocos años después de la muerte de la isla Krakatoa, a un reflejo de nuestra especie conocido como El Grito1.

Hoy, en el lugar en que habitó la isla Krakatoa, ha nacido un vástago amenazador, la isla de Anak Krakatoa, alimentada con las erupciones sucedidas en el área durante el siglo XX. No es más que un montículo inerte que apenas eleva su cabeza del océno unos doscientos metros, pero crecerá y, quién sabe, puede que el hijo sufra un final similar al de su monstruoso predecesor, aterrorizando de nuevo a la humanidad.

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1 Véase: Sky&Telescope 9/12/2003: Astronomical Sleuths Link Krakatoa to Edvard Munch’s Painting The Scream