El sonido de la guillotina

Nunca he escuchado el sonido de una guillotina «trabajando» y espero no tener que hacerlo nunca. No obstante, se trata de un recurso muy efectivo en algunos casos, como el que voy a referir brevemente. He de reconocer que, en cuanto a la ópera, soy bastante maniático. Muy pocas óperas me gustan pero, cuando lo hacen, me atraen apasionadamente. Es el caso de Lulú, de Alban Berg, que ya visitó TecOb hace bastante tiempo, o Wozzeck, del mismo compositor. Lo mismo puedo decir de otras obras que, sin ser óperas, sí comparten cierto espíritu operístico, como Juana de Arco en la hoguera1 de Honegger. Eso sí, este grupo de óperas que me dejan sin aliento no superan la media docena, puede que sea por un exceso de dureza de oído, o de corazón, pero el resto del océano operístico no suele decirme casi nada.

El caso de Diálogos de Carmelitas es especial. Me sobrecoge, me sumerge en una época trágica de la historia europea de una forma casi enfermiza. Se trata de una obra maestra del compositor francés Francis Poulenc, un magnífico trabajo que crea un complejo juego con la psicología de los personajes a través de una intrincada trama de melodías sobresalientes. Ahora bien, lo que me gustaría destacar, y por eso he decidido escribir este pequeño texto, es cómo termina la obra.

Hay finales apoteósicos, trágicos, alegres, olvidables, aburridos, extáticos… pero sólo algunos se convierten en memorables juegos de sentimientos y emociones porque sobresalen por encima de todos los demás. Ya sea una novela o una película, algunas obras se estropean con su terminación o, lo que era una obra más o menos pasable, se troca en algo a recordar, precisamente por un final sorprendente. En Diálogos de Carmelitas, en mi subjetivísima opinión, uno se encuentra con el más sobrecogedor final de la historia de la ópera. No importa el número de veces que lo escuche, siempre me causa el mismo efecto.

¿Dónde está lo especial de este finale? Sencillamente en el «sonido» de la guillotina. Las monjas, que han sido las protagonistas de la obra, tras ser condenadas a morir guillotinadas por orden del Terror, en plena Revolución Francesa, suben al cadalso cantando el Salve Regina y, una a una, las voces enmudecen cuando la metálica hoja siega sus vidas, hasta que, al final, desaparecen.

En verdad, hay que escucharlo para darse cuenta de la maestría con que Poulenc trata tan trágico momento. Como estas torpes palabras escritas no pueden hacer justicia a la música recomiendo, para quien lo desee, disfrutar de la obra, sobre todo en la edición grabada en 1958, considerada la mejor hasta la fecha2.

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1 Jeanne d’Arc au Bûcher, oratorio de Arthur Honegger, 1935.
2Bajo la dirección de Pierre Dervaux, con D. Duval, D. Charley, R. Crespin, R. Gorr, L. Berton, P. Finel, X. Depraz y la Orquesta y Coro de la Ópera de París (1958, EMI Classics). Había pensado originalmente subir un MP3 con el fragmento correspondiente al final del tercer acto, pero ya se sabe, con el lío de los derechos y esas cosas, mejor no tentar la suerte. 🙁