Pedazos de tiempo

El sentido común, o mejor, nuestro cerebro creando una ilusión, nos indica que el tiempo transcurre sin ninguna duda desde el imborrable pasado hacia el futuro, a través del presente. Eso es lo que sentimos, vemos y tenemos por cierto, pero ¿qué es el tiempo? Acertadamente San Agustín de Hipona señaló conocer lo que era el tiempo, hasta que se le preguntaba si podía explicarlo con palabras. En ese momento, todo el arsenal del lenguaje humano se muestra impotente, no hay palabras para tal fin.1

Para la ciencia el tiempo es también algo complicado de manejar. Los físicos toman el tiempo simplemente como aquello que es medido por los relojes, ni más ni menos. Los matemáticos prefieren ir un poco más allá y conciben el tiempo como un espacio continuo unidimensional o, a lo sumo, un espacio formado por elementos puntuales, las cronopartículas. Por motivos prácticos, suele asociarse al tiempo con el concepto de cuarta dimensión, aunque en realidad las tres dimensiones del espacio poco tienen que ver con el tiempo –a pesar de estar completamente relacionados tal y como la Relatividad General nos enseña–, aunque para algunos físicos, a escala cuántica el tiempo y el espacio podrían perder su naturaleza independiente para entrar a formar parte de un todo «universal» –de hecho, en los primeros «instantes» tras el Big Bang, tiempo y espacio estaban unidos–.

Por extraño que pueda parecer, los investigadores que consideran al tiempo formado por cronopartículas, han creado una unidad teórica por debajo de la cual sería imposible la medición temporal. Sería la unidad mínima de tiempo, o el instante perfecto si se quiere llamar así. El fluir del tiempo estaría formado por una «infinita» sucesión de estas partículas, los cronones. Un cronón duraría sólo 2×10−23 segundos, algo inconcebiblemente pequeño. Este tiempo, ya sea continuo o formado por ínfimos cronones, debió tener un comienzo. ¿Qué existió antes del tiempo? No parece haber respuesta para esta mareante pregunta. En el instante cero, cuando en la Gran Explosión surgió nuestro universo, se inició el fluir temporal que llega a nuestros días. Posiblemente, antes que el nuestro, existieran otros universos con sus propios “tiempos”.

Una de las razones por las que los físicos se muestran convencidos acerca del origen del tiempo tiene que ver con un pertinaz concepto de la termodinámica: la entropía. En un sistema cerrado, como lo es nuestro cosmos, la entropía, la cantidad total de “desorden”, aumenta con el paso del tiempo. Es esta una ley universal e inmutable, aunque algunos osados opinan que la propia vida, con su capacidad de crear orden a partir del caos, lucha contra la entropía. Si el desorden aumenta de forma continua, el universo no puede haber existido siempre, porque se debería haber alcanzado el nivel de máximo desorden en un pasado infinitamente lejano. No parece que el universo esté llegando al nivel de máximo desorden preconizado por la ley de la entropía. No vemos cómo se desintegran los átomos por doquier ni al cosmos agonizando en un mar de energía. Tiempo habrá para eso, dentro de miles de millones de años. Vivimos en un universo plagado de estructuras ordenadas, planetas, estrellas, galaxias, seres humanos… Un universo eterno, léase con un tiempo de vida infinito, no sería posible según la entropía. Por otra parte, existe otro argumento contra la eternidad universal, tanto espacial como temporal. En un cosmos infinitamente grande en tamaño y en tiempo sería imposible la vida. La luz emitida por infinitas estrellas en infinitas direcciones generaría un espacio omnipresente más caliente que la superficie de nuestro Sol. La conclusión de la ciencia, puede decirse que del sentido común, es que el querido universo en que habitamos es finito espacialmente y tuvo un principio. No es eterno, no durará para siempre. Otros universos pudieron precederle y otros igualmente podrían aparecer tras su entrópica muerte. Incluso, nuestro cosmos, podría estar conviviendo con otros, ignorados y aislados entre sí en un marco mucho más amplio, inimaginable, fuera del tiempo y del espacio.

Nuestro tiempo y nuestro espacio nacieron hace unos quince mil millones de años. Ahora que sabemos de la finitud del espacio y el tiempo, habrá que volver a la pregunta sin respuesta: ¿qué es el tiempo? Como le sucedía a San Agustín, entiendo lo que el tiempo representa, pero no tengo ni idea de cómo explicarlo, no encuentro las palabras adecuadas que definan de forma inequívoca algo tan majestuoso. El cinematográfico Doctor Tolian Soran, en Star Trek; la Nueva Generación, lo definió de una forma un tanto siniestra:

El tiempo es el fuego en el que ardemos2.

Todos los sucesos que ocurren en nuestras vidas, siguen una rígida norma, una secuencia inmutable que rige el tiempo y que lo dirige del pasado al futuro. Al caer un vaso de cristal al suelo, se rompe en mil pedazos, esto es lo normal. No veremos nunca, al menos no en nuestro universo, unirse de forma espontánea a los fragmentos de cristal para crear un vaso. La entropía es inflexible en este aspecto, el grado de desorden aumentará con el tiempo, nunca decrecerá, el vaso no surgirá de los pedazos. El vaso intacto posee mayor orden intrínseco, menos entropía, que los cristalillos en los que se convertirá tiempo después. La mayoría de los procesos que se dan en la naturaleza son irreversibles, como la rotura del sufrido vaso. De esta forma la entropía –véase la segunda ley de la termodinámica– reina sobre el mundo material imponiendo su orden asimétrico que diferencia sin lugar a dudas lo que era pasado de lo que será futuro. Es esta la flecha del tiempo, el fluir de todo hacia el futuro a través del presente. ¿Es entonces inmutable el tiempo? No, se trata más bien de un efecto psicológico que de una determinación física irremediable. La flecha del tiempo nos muestra la estructura asimétrica del tiempo, pero no obliga a que se mueva sólo en una determinada dirección. Las leyes de la física no han encontrado, de momento, ninguna construcción matemática que obligue al tiempo a circular siguiendo este sentido hacia el futuro.

Entonces, ¿por qué todo el universo nos parece empeñado en moverse siguiendo la flecha del tiempo? Muchos científicos piensan que no se trata más que de una ilusión humana. En realidad no somos capaces de observar de forma directa el paso del tiempo. Lo que verdaderamente percibimos son “fotogramas”, estados de “presente” que son diferentes a otros estados anteriores que recordamos y que llamamos “pasado”, es un asunto en el que la memoria tiene el papel principal. Podemos recordar el pasado, pero no el futuro, no porque el tiempo circule de esa forma precisa sino porque nuestro cerebro está «programado» para sentir la asimetría temporal. Así pues, el presunto flujo del tiempo es totalmente subjetivo. No se conoce el por qué percibimos la flecha del tiempo, se supone que guarda relación con algún mecanismo fisiológico cerebral aun por descubrir.

¿Qué ocurriría si ese mecanismo fallara y pudiéramos percibir el tiempo como un todo, en vez de captar sólo fragmentos de un flujo? Dejaríamos de ser «prisioneros» de Cronos, contemplaríamos el universo «eterno» como un solo instante, todos los temores acerca de la muerte o las ilusiones de un nacimiento desaparecerían, el tiempo habría desaparecido.

Otro de los conceptos al que estamos acostumbrados es el de la simultaneidad. Lo que ocurre “ahora” es igual para todos, podemos llamar por teléfono a un amigo al otro lado del mundo y mantendremos una conversación en tiempo “real” porque estamos viviendo en el mismo “presente”. Esto puede tomarse como cierto a pequeñas escalas, como la de nuestro mundo. Difícilmente podríamos hablar de esa forma con un amigo marciano o alguien que viviera en la galaxia Andrómeda. En este caso el culpable es el límite de velocidad en nuestro universo, la constante c, la velocidad de la luz. Viajando en el vacío del espacio, a unos 300.000 kilómetros por segundo, la luz nos parece muy veloz. La conversación con el amigo intercontinental es “instantánea” porque las señales cruzadas entre los interlocutores viajan a la velocidad de la luz, en un mundo como el nuestro, pequeño e insignificante, no nos damos cuenta de que la luz necesita tiempo para llegar a nosotros. Como nada –con masa– en este universo puede viajar más rápido que ella, la simultaneidad desaparece si tomamos escalas de espacio más grandes que nuestra Tierra3.

Al mirar al cielo, en una noche despejada, lejos de la contaminación lumínica, vemos la luz de cientos de estrellas. Esta acción tan simple es en realidad un viaje en el tiempo, aunque pocos parecen advertirlo. La luz que vemos al contemplar el titileo de las estrellas, partió de ellas hace muchos años. Algunas de esas estrellas “ya” no existen, pero las contemplamos tal como eran cuando la luz recién llegada a nuestros ojos partió de ellas. Se trata de un viaje al pasado remoto. Un mensaje de radio emitido “ahora mismo” por un amigo extraterrestre en un planeta situado a cien años luz, tardará un siglo en alcanzar nuestro planeta. Para entonces, seguramente, el amistoso emisor habrá fallecido. Para complicar el asunto, la respuesta de los entusiasmados terrícolas llegará a los descendientes del alienígena pasado otro siglo. Dos centurias para cruzar un par de saludos.

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1San Agustín de Hipona, Confesiones, XI, cap. 13-14:

Porque ¿qué es el tiempo? ¿Quién podrá breve y fácilmente explicarlo? ¿Quién, para expresarlo con palabras, podrá con el entendimiento comprenderlo? Y, sin embargo, ¿qué cosa mencionamos al hablar, más familiar y más conocida que el tiempo? Y lo entendemos, por cierto, cuando lo nombramos, y lo entendemos cuando lo oímos en boca de otro. ¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo al que me pregunta, no lo sé; pero sin vacilación afirmo saber, que si nada pasase, no habría tiempo pasado; si nada hubiera de venir, no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no habría tiempo
presente.

2Traducido libremente a partir del original: Time is the fire in which we burn.

3Actualmente se acepta el valor de 299.792,458 km/s para la velocidad de la luz en el vacío.