Craniopagus parasiticus

hunterian_twinEn mi reciente viaje a Londres tenía pensado realizar una visita muy especial. Había estado el día antes en la Wellcome Collection, así que para cerrar el círculo de las excentricidades científicas, decidí visitar el Hunterian Museum, que se encuentra en el imponente edificio neoclásico del The Royal College of Surgeons of England. Y hasta allí llegué, a la vera de los Lincoln´s Inn Fields para encontrarme con un cartelillo de… ¡cerrado! Era domingo, día en el que cierran el museo tradicionalmente, cosa de la que me hubiera podido enterar de haberlo consultado antes. Bien, tendrá que esperar esa visita para otra ocasión, porque tengo una cita con cierta pieza (que está catalogada con el número 1.535 en la colección del museo) que deseo ver desde hace bastante tiempo y que aparece en la fotografía que acompaña este artículo.

Se trata del primer caso registrado en la literatura médica de craniopagus parasiticus, patología de la que apenas se cuentan en toda la historia un puñado de ejemplos. Lo más singular de este caso no es que se trate del primero descrito de este tipo de malformación, sino que es el único que se conoce en el que el individuo sobrevivió durante un tiempo prolongado y en el que la cabeza parásita mostraba además ciertos signos de vida «independiente».

Como puede haberse entendido ya al ver la fotografía, un caso de craniopagus parasiticus consiste en una malformación en la que se desarrolla una cabeza gemela parásita unida a una cabeza viva aparentemente normal y con cuerpo propio. El caso que se conserva en el Hunterian procede de un niño nacido en 1783 en la aldea bengalí de Mundul Gait, conocido históricamente como «el niño de dos cabezas de Bengala».

La historia de este niño no empezó nada bien y terminó peor. Al instante de nacer, los presentes durante el parto quedaron aterrados ante el extraño aspecto de la criatura. La comadrona arrojó instintivamente al fuego al pobre niño, intentando alejar para siempre al monstruo. Aunque lograron salvar al recién nacido, éste sufrió diversas quemaduras que arruinaron todavía más su aterrador aspecto. Ante semejante estampa, cabe pensar qué podría hacer una familia sin grandes medios en la India del siglo XIX viendo una situación así. El instinto de la partera no iba por mal camino, pues lo tradicional era eliminar cuanto antes casos como el de Bengala pero, he aquí que a los padres se les ocurrió de inmediato sacar provecho económico del caso. Y, así, el pequeño monstruo fue creciendo como atracción de feria, siendo mostrado por sus padres en Calcuta ante multitudes asombradas que pagaban por verlo. Su fama llegó a ser tal, que fue requerido para servir de diversión en varios palacios y hogares de dignatarios, aunque personalmente no veo dónde podría estar lo divertido, más allá de la morbosa curiosidad que despertaba.

Las descripciones que nos han llegado del niño de Bengala nos muestran dos cabezas de semejante tamaño, con abundante pelo ocultando la unión entre ambas y con un pequeño apéndice como simulacro de cuello fallido en lo más alto de la cabeza superior. Lo más sorprendente era que aquella cabeza no siempre reaccionaba a los estímulos de la inferior, que era la que parecía controlar por completo el resto del cuerpo. Es más, ante estímulos externos, la cabeza superior ofrecía cambios curiosos, intentaba abrir la boca o cambiaba el gesto, sin que la inferior se diera por aludida. Se cree que la cabeza superior debía ser ciega, o al menos su visión era muy limitada, pues sus ojos apenas reaccionaban ante la luz, aunque curiosamente cuando el niño dormía, los ojos de la cabeza parásita se mantenían alerta y abiertos. A pesar de no estar bien formada, esa cabeza superior era capaz de secretar saliva y lágrimas y de ofrecer gestos y expresiones faciales diversas.

El niño vivió así, como monstruo ambulante, una triste existencia, siempre alejado de todas las miradas salvo cuando había monedas por medio. Sólo entonces se abrían las sábanas que lo cubrían casi todo el día, para que las gentes exclamaran de terror, de asco o de curiosidad. Pero cierto día, cuando ya contaba con cuatro años de edad, una mordedura de cobra acabó con su vida o, al menos, eso es lo que contó la familia. Aunque hubo muchas ofertas para quedarse con el cadáver, los padres decidieron dar sepultura a la criatura. Como puede esperarse, no tardaron en saquear la tumba y llevarse el cadáver que, tras muchas vueltas terminó convertido en uno de los especímenes más sobresalientes de la colección de asombros médicos del Hunterian de Londres.

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Más información: A cabinet of medical curiosities. Jan Bondeson. W.W. Norton, 1997.
Fotografía: The Two-Headed Boy of Bengal. The Chirurgeon´s Apprentice.