Calentándose con un radar

radarangeAllá por la década de los treinta del pasado siglo la tecnología de microondas estaba naciendo. En el Reino Unido se creó por entonces un grupo de investigación en tan novedoso campo de la ciencia y la técnica, a cuyo cargo estaban las inquietas mentes de Harry Boot y John Randall, los padres del magnetrón, o sea, los creadores de una máquina gigantesca que generaba microondas, aunque no sabían muy bien la forma en que funcionaba su propio invento pues se trató de un descubrimiento un tanto accidental… ¡como lo sería más tarde la propia aplicación de la idea en la cocina!

En la Segunda Guerra Mundial venía muy bien a los militares contar con máquinas de ese tipo, puesto que las ondas generadas en los magnetrones podrían servir para desarrollar radares de gran utilidad. Total, que como en tiempos de guerra el dinero para estas cosas aumenta mucho, la empresa de armamentos estadounidense Raytheon consiguió apoyo para investigar estas misteriosas microondas y su máquina generadora, lográndose grandes avances que se utilizaron en la detección de aviones durante el conflicto. Claro, decir avances es una cosa, lograr una máquina manejable es otra, porque el invento seguía siendo monstruoso en cuanto tamaño.

Pasó el tiempo y la Raytheon seguía empeñada en mejorar su radar. Se encargó de esa tarea al equipo de ingenieros liderado por Percy Spencer, quien se extrañó al ver que, al acercarse a un magnetrón en funcionamiento, una golosina que guardaba en un bolsillo de su chaqueta quedara derretida. Esa pista tan «tonta» originó la posterior revolución en la cocina. Su tarea consistía en mejorar los magnetrones para que funcionaran de manera continua y no por medio de pulsos, como hasta entonces. En los laboratorios de la empresa, localizados en Waltham, Massachusetts, hacía tanto frío en invierno que los técnicos no tardaron en darse cuenta de algo curioso. Si uno quería calentarse las manos en las gélidas mañanas, no había nada como colocarse cerca de un gran magnetrón conectado. Ya puestos, se podía aprovechar la radiación para calentar un poco de comida y, utilizando algo de imaginación, un ingeniero del equipo colocó maíz en la máquina. Lo que sucedió después hoy no nos parece nada raro, pero sorprendió a los testigos. Naturalmente, los granos de maíz salieron disparados por doquier.

Total, que el radar mejoraba poco a poco… ¡al igual que las recetas de cocina «magnetrónicas» del equipo! Entre ensayo y ensayo, se dedicaron a cocer todo tipo de cosas. Así se inventó el horno microondas, pero se tuvo que esperar a que se ideara el magnetrón continuo para que la idea comenzara a tomar forma. Llegado el año 49, la empresa patentó el horno microondas, pero nadie se creyó que aquel «cacharro» sirviera para nada. Bajo la marca Radarange, pusieron a la venta a principios de los cincuenta los primeros hornos microondas caseros, eran grandes como frigoríficos y, además, eran carísimos. Un modelo del 54 podía salir por casi 3.000 dólares de la época. Como era de esperar, no se vendieron muchos. No fue hasta que un equipo de ingenieros japoneses, en coordinación con la Raytheon, entraron en el juego, cuando nuestro microondas barato y manejable empezó a tomar forma. Llegados los años ochenta, la moda del microondas estalló y, hoy día, esos hijos de los gigantescos radares habitan en casas de todo el mundo.

En la imagen: Modelo de Radarange primitivo de Raytheon.