Sucedió hace ocho días, sin pensar, como si algo estuviera llamando mi atención con disimulo. De repente me veo cruzando una puerta oscura que pertenecía a un edificio con la fachada en obras, un lugar que desde el exterior no llamaba mucho la atención, era de esos sitios que siempre tienes en una lista de visitas pendientes por si alguna vez lo tienes cerca y… ¡casi paso de largo sin darme cuenta de qué se trataba! Al sur del Imperial College, en Londres, a la vera del imponente Natural History Museum y frente al Victoria and Albert Museum, que está al otro lado de la calle, se presentó ante mí el Science Museum (como todos los grandes museos de Londres, es gratuito, así que nadie tema por su cartera al acercarse allí, si acaso podrá hacerlo ante la excepcional oferta de objetos y libros de su tienda). Al principio dudé, la mañana ya iba avanzada y tenía en mente otro camino pero, ¡qué narices! No me arrepiento de la elección, ni mucho menos. Lo que se suponía que sería una visita rápida se convirtió en casi dos horas de asombro. No sé si mucha gente habrá sufrido algo parecido al síndrome de Stendhal en un museo de ciencia, pero eso es precisamente lo que sentí al volver a la calle (llámese con guasa en ese caso «síndrome de Alpoma» 😉 ).
Ver Science Museum of London en un mapa más grande
Sí, en este museo hay una imponente sala IMAX, gran número de exposiciones interactivas que agradan mucho a los más pequeños y una tienda con todo tipo de regalos «científicos» en la que puedes perder un día entero, pero lo que me llamaba para entrar no era nada de eso. Casi todo el tiempo lo pasé, con lágrimas en los ojos (se permiten, y se alientan, las risas ante la ingenuidad de quien esto escribe), en la planta baja. Ahí, aguantando el paso del tiempo, se encontraban muchos «amigos» metálicos que en tantas ocasiones han sido protagonistas de mis artículos en este blog, en revistas o en mis libros. Sí, la emoción al decubrir tantas piezas originales fue tan grande que iba saltando de acá para allá, asombrado como un niño, al tener ante mí objetos que han sido objeto de mi atención durante años.
Sé que mucha gente pasa de esta parte del museo, o la recorre con rapidez, para subir a la sala de cine o a las plantas donde están las pantallas interactivas pero si, como a mí, te apasiona la historia de la ciencia y la tecnología, te aconsejo reservar toda una mañana para repasar con calma lo que puedes encontrar en la planta baja del museo. Lo que sigue no es más que una pequeña selección de fotos, bastante malas todo hay que decirlo, hechas con un iPhone, mano temblorosa y suprema espectación, ante algunas de las máquinas que más me emocionaron, casi todas ellas anteriormente protagonistas de alguno de mis artículos.
El reloj del Milenio (Long Now Foundation).
Condensador industrial, siglo XIX.
Módulo de mando del Apolo 10, 1969.
Sintetizador de ADN, años sesenta y pieza de ropa tejida con lana de la oveja clónica Dolly, 1998.
Secuenciador de ADN del Proyecto Genoma Humano.
Entrañas de una Bomba Volante V2, 1945.
Prototipo de máquina para radioterapia.
No se ve bien, pero merece estar aquí. Modelo original de la doble hélice de ADN de Watson y Crick.
El origen de la electrotecnia.
Generador eléctrico, siglo XIX.
Aviones y automóviles, evolución de los transportes en el siglo XX.
Tubo original de rayos catódicos de J.J. Thompson.
Convertidor Bessemer para fabricación de acero.
Modelo del ingenio diferencial de Charles Babbage.
Botellas de Leyden, electroscopios y demás parientes.
Los orígenes de la edad del vapor.
Telar Jacquard de tarjetas perforadas.
Maquetas de vehículos espaciales.
Pieza superviviente del Skylab después de su reentrada en la atmósfera.
Maqueta a tamaño natural del Módulo Lunar del proyecto Apolo.