Jorge Juan, Antonio de Ulloa y la medición del mundo (II)

Este artículo corresponde a una versión abreviada del que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja, en su edición número 74 del mes de agosto de 2011. AVISO: Véase la primera parte del artículo, publicada en el mes de julio.

Antonio_de_UlloaIgnorando que Francia había tomado parte en la guerra como aliada de España, determinaron los dos marinos españoles regresar en un navío francés, y así, para dividir los infortunios, D. Jorge Juan tomó pasaje en la Lis y Ulloa en la Nuestra Señora de la Deliberanza. Reunidos en Concepción con otros mercantes franceses, el Luis Erasmo y la Marquesa de Antín, navegaron en conserva, doblaron el cabo de Hornos y prosiguieron su ruta hasta Puerto Guarico en Santo Domingo, donde la Lis tuvo que quedarse a reparar averías, siguiendo sola su viaje a Brest librándose D. Jorge Juan de los nuevos sinsabores que esperaban a su compañero.

Fragmento de un artículo sobre Jorge Juan y Antonio de Ulloa publicado en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Año XVI, Nums. 9 a 12, diciembre de 1912.

El accidentado regreso a España de Antonio de Ulloa

Como bien se narra en el texto de cabecera de este artículo, el regreso a España de Jorge Juan se llevó a cabo sin grandes incidentes. Por el contrario, el destino de Ulloa fue muy diferente. Retomemos la historia donde quedó el mes pasado, con nuestros intrépidos científicos satisfechos por sus logros y, a la vez, cansados tras duros años de investigación en América.

La flota francesa, en uno de cuyos barcos viajaba Ulloa, fue atacada por los ingleses, que se hicieron con un considerable botín y, además, requisaron las observaciones astronómicas y físicas del científico español. Ahora bien, antes de ser abordados y conducida a puerto su nave, tras limitado combate, Antonio de Ulloa tuvo la prevención de arrojar al mar todos los documentos secretos y de interés militar que pudiera llevar consigo. De aquella forma se salvaron sus observaciones científicas, aunque fuera a manos de los ingleses, pero pudo evitar que datos muy sensibles cayeran en destino poco adecuado.

Aunque inicialmente fue tratado con desprecio, e incluso los soldados británicos recurrieron a la violencia con el pasaje, Antonio de Ulloa fue reconocido y, aunque siguió siendo prisionero, se le ofreció un trato propio al de una autoridad de primer orden. Tal era su fama de hombre de bien y de ciencia, extendida ya por toda Europa, lo que propició que su estancia en Inglaterra fuera incluso provechosa. Siguiendo el texto con el que se abre este artículo, puede comprobarse que todas las puertas se abrían ante Ulloa con gran respeto hacia su persona:

Presidía entonces la Sociedad Real de Londres un Mr. Martin Folkes, gentleman urbano y fino, quien ya por sí había solicitado que la Sociedad custodiase los papeles hasta la libertad de Ulloa; así es que, con tan generales y benévolas disposiciones, el Almirantazgo accedió a que el Secretario de la Compañía de la India Oriental permitiese a Ulloa recogerlos de manos de Folkes. Este acompañó la devolución con tan lisonjeras expresiones que Ulloa no quiere repetirlas [en su relación del viaje].

Así fue como Antonio de Ulloa fue admitido en la mismísima Royal Society con todos los honores el 11 de diciembre de 1746. En julio de ese mismo año fue liberado, regresando definitivamente a Madrid después de más de una década recorriendo el mundo. Felipe V había fallecido el año anterior y el nuevo rey, Fernando VI, habiendo sido informado de los méritos de Ulloa, decidió ascender al militar científico al rango de capitán de fragata, como también le sucediera a su compañero de aventuras, Jorge Juan. Fue entonces cuando los datos recogidos con gran cuidado en la expedición, así como todos los detalles del viaje, fueron puestos en orden y editados, de tal forma que en muy poco tiempo esos libros hicieron célebres a Ulloa y Jorge Juan, es más, curiosamente en toda Europa era más conocidos y respetados que en su propia patria, todavía algo ajena a toda aquella actividad científica.

Sin embargo, a pesar del éxito, hay cierto aspecto oscuro. Pese a no haber podido entrar en detalles sobre cómo se desarrollaron tantos años de investigación en América, he de afirmar sin dudar un momento que los dos españoles fueron mucho más allá de ser simples “ayudantes” de los franceses, es más, sus aportaciones originales fueron tantas o mayores que las de aquellos y, sin embargo, en las memorias científicas de La Condamine y el resto de su compañía no aparece Jorge Juan ni Antonio de Ulloa más allá de como simples comparsas. Curiosamente, tanto Ulloa como Jorge Juan citan con respeto y hasta con agradable recuerdo el tiempo que pasaron junto a la comisión francesa. Pero la historia tiene estas pequeñas trampas y, desgraciadamente, ha quedado impresa la idea de la comisión española como sencilla fuerza de intendencia auxiliar a las grandes metas científicas francesas. No tiene sentido hoy día ahondar en bobadas como esas, porque los documentos y memorias dejan constancia de los hechos tal y como sucedieron.

Platino, el metal que se consideraba basura

Como gran final para este recuerdo sobre Jorge Juan y Antonio de Ulloa, no creo que pueda haber nada mejor que una leve mención a un hallazgo científico singular. Bien, como siempre, hay que tener prevención a la hora de asegurar que cierto personaje haya sido el descubridor de algo presente en la naturaleza. Con el platino sucede lo mismo, porque hay ciertas referencias, como algunos textos de Plinio el Viejo, que parecen decirnos que el platino es conocido desde la antigüedad como tal, sin ser confundido con otros metales. Pero claro, una cosa es tener cierta intuición acerca de la naturaleza de este metal y otra muy diferente ser consciente de lo que se tiene delante.

Fue sin duda Antonio de Ulloa la primera persona que describió acertadamente el platino como un nuevo elemento, aunque tal cosa tardó bastante tiempo en ser confirmada en Europa. El platino, ese carísimo metal empleado actualmente en joyería, como catalizador en vehículos junto con sus parientes el paladio y el rodio, también en circuitos electrónicos y en la industria química, fue durante mucho tiempo tratado como simple basura. Fue Ulloa quien, por primera vez, realizó una adecuada descripción del platino. Descubrió así el elemento de número atómico 78 partiendo de muestras minerales procedentes de Colombia hacia 1735. Dado su parecido superficial con la plata, recibió el nombre con el que actualmente es conocido. Lo más sorprendente del hallazgo fue que nadie antes se había percatado de que la platina, como fue conocida inicialmente, era algo más que material de deshecho. En efecto, en la minería del oro se solía tratar como escoria sin valor a lo largo del proceso de beneficio y, por otra parte, los incas habían utilizado platino para confeccionar adornos de todo tipo durante años. Cabe también sorprenderse con la forma de actuar de las autoridades españolas tras el descubrimiento de Ulloa. Lejos de pensar en crear una industria o un comercio secretos, o algún tipo de monopolio, España repartió libremente muestras del metal a todo aquel que lo solicitó en toda Europa para realizar experimentos. Surgió así la compleja historia sobre todos aquellos que soñaron, y a veces consiguieron, purificar y fundir el metal a su gusto, pero esa es otra historia que merece un tratamiento más extenso y se aleja de las breves notas de este artículo.

ANEXO: Andrés Manuel del Río y el descubrimiento del Vanadio
Queda establecido, pues, la paternidad de la primera descripción certera del platino como elemento químico por parte de Antonio de Ulloa. En el número 64 de Historia de Iberia Vieja también nos visitaron los inquietos hermanos Delhuyar, que a su vez fueron descubridores del wolframio. Pero todavía queda otro elemento químico descubierto por un español: el vanadio y a él me referiré brevemente. En efecto, el vanadio, elemento químico de número atómico 23, escaso y de compleja obtención, valioso a la hora de preparar diversas aleaciones, también fue descrito primeramente por un español. Andrés Manuel del Río, nacido en Madrid en 1764 y fallecido en México en 1849, recorrió media Europa estudiando química, mineralogía y metalurgia hasta que fue llamado para tomar posesión del cargo de catedrático de química y Mineralogía del Real Seminario de Minería de Nueva España, institución dirigida por el mismísimo Fausto Delhuyar. Fue el comienzo de una carrera científica de primer nivel, en la que llegó a colaborar con Humboldt quien, de hecho, le admirada como uno de los más insignes conocedores del mundo mineral de todo el mundo. Esa admiración no era exagerada sino sujeta a la realidad, puesto que Andrés Manuel del Río, además de ser un erudito sin igual, descubrió un nuevo elemento químico. Sucedió en 1801, cuando al estudiar diversas muestras minerales de México llegó a la conclusión de que había localizado un nuevo elemento metálico. Al mostrar una variedad de colores sorprendente, decidió llamarlo pancromio (de muchos colores, en griego). Más tarde, al comprobar que los compuestos del nuevo elemento, al ser calentados, eran predominantemente rojizos, pensó en cambiar el nombre por el de eritronio (de eritros, o rojo en griego). No fue sencillo que el descubrimiento fuera aceptado. Diversos análisis realizados en Europa no detectaron la presencia de ningún nuevo elemento, hasta que en 1830 el químico sueco Nils Gabriel Sefström volvió a descubrir el eritronio. Por desgracia para Andrés, fue el nombre de vanadio, pensado por el químico sueco en recuerdo de cierta diosa nórdica de la belleza, el amor y la fertilidad, Vanadis o Freyja, el que ha pervivido. No han sido pocas las ocasiones en las que se ha intentado recuperar para el elemento número 23 de la tabla periódica el nombre de eritronio, todas ellas sin éxito.