Diego Marín, el «hombre pájaro» burgalés

Coruña del Conde¿Quién fue el primer ser humano en volar a bordo de una máquina más pesada que el aire? Tic tac tic tac… ¿Orville Wright? Pues parece que no, pues un ignoto burgalés se empeñó en imitar a los pájaros en pleno siglo XVIII. Tal gesta sucedió, al parecer, el 15 de Mayo de 1793, cuando Don Diego Marín Aguilera, vecino de Coruña del Conde, un pueblo cercano a la burgalesa localidad de Aranda de Duero, en España, voló con un aparato de su invención. No es ningún chiste, aunque la memoria común, esto es, la Historia con mayúsculas, haya olvidado del todo aquel día, todavía queda algún recuerdo de este pionero de la aviación.

Don Diego tuvo el sueño de volar, pero no se resignó a mirar con envidia a los pájaros, pues decidió desafiar a la gravedad y volar de verdad, más allá de lo que da Vinci había simplemente imaginado mucho antes. ¿Era un loco o un inconsciente? Nada de eso, preparó su aventura con mucho cuidado y con gran entusiasmo, pero sin dejar nada al azar. Diego Marín nació en Coruña del Conde en el lejano año de 1757, siendo el mayor de siete hermanos. Hijo de Narciso y Catalina, se convirtió en todo un experto en el vuelo de las aves, tras pasarse gran parte de su juventud observándolas planear sobre las tierras de Burgos, pues mantuvo a la familia con su trabajo de pastor. Cuando contaba solamente con once años, ideó un mecanismo capaz de mejorar el rendimiento del molino instalado en el río Arandilla. Viendo que eso de las máquinas se le daba muy bien, se esforzó en inventar algunos mecanismos novedosos, como una máquina capaz de fabricar paños de tela o una sierra mecánica para seccionar marmol, que se aplicó en la cantera del Espejón.

Pero eso eran asuntos menores, pues su obsesión era el vuelo. Investigó metódicamente las técnicas de vuelo de las aves, así como su anatomía. Tras haber pasado años recopilando todo tipo de datos, creyó llegado el momento de construir su «pájaro» artificial, en secreto, ayudado en solitario por el herrero del pueblo.

El plan de vuelo era sencillo, pero increíble. Deseaba lograr una máquica con la que poder volar desde Coruña del Conde hasta el Burgo de Osma y luego hasta Soria, para visitar a sus parientes. Una «bobada» con decenas de kilómetros de viaje. En 1793 el «pájaro» de madera y metal ya estaba terminado, era un planeador con envergadura de unos ocho metros y cuerpo con más de cuatro metros. Su superficie estaba recubierta de plumas y, sus alas, contaban con una especie de alerones controlados por medio de manivelas. La cola, podía orientarse por medio de dos estribos. Un «avión» tan grande no puede ser manejado por una sola persona, así que Diego pidió ayuda a algunos amigos, como Juan Barbero y su hermana.

Finalmente llegó el 15 de Mayo de aquel año. Laboriosamente, el grupo de amigos elevó al «pájaro» hasta lo alto de la cresta caliza sobre la que se asienta el castillo de Coruña del Conde. Desde allí, pilotado por el entusiasmado Diego, se deslizó al vacío. Al contrario de lo que pueda parecer, no se estrelló de lleno, planeó, llegando a recorrer más de trescientos metros de distancia, hasta que tocó suelo a causa de una rotura en un perno. ¡Diego seguía vivo!

Tras este primer intento, los amigos decidieron perfeccionar el mecanismo, que funcionaba a la perfección, reforzando algunos puntos del «avión». Todo fue en vano, pues los vecinos del pueblo se enteraron de tan osada y «brujeril» aventura y decidieron quemar la «demoniaca» invención. Diego sufrió una gran depresión por aquello, un abatimiento que le llevó a la tumba prematuramente pocos años más tarde.

Más de dos siglos después, su gesta no se ha olvidado del todo y, en su honor, hoy hay centros de enseñanza en Burgos que llevan su nombre y el Ejército del Aire español ha dedicado un monumento a este pionero de la aviación frente al castillo de Coruña del Conde, lugar desde donde realizó su sueño de volar como un pájaro.

Imagen: Coruña del Conde y su castillo.