Turriano y el Hombre de Palo

TurrianoTras tanto tiempo invitando en TecOb a inventores y científicos foráneos, ya era hora de regresar a España, en este caso al renacimiento, para encontrar a un tipo genial. Juanelo Turriano, nacido en Italia como Giovanni Torriani, allá por 1500, castellanizó su nombre para vivir de manera más acorde a su nueva casa, la Corte Española.

Este hombre era un «manitas», un ingeniero prodigioso y autodidacta. Lo llamó Carlos I para ocupar el cargo de relojero de la Corte, tiempo que dedicó a construir el increíble Cristalino. Se trató este artefacto de un astrario capaz de marcar la hora y de seguir los movimientos celestes de los planetas, el Sol y la Luna, además de contener un firmamento móvil. La verdad es que Turriano era bastante paciente, la cosa no le llevó nada más que dos décadas para estar terminada. Con su sueldo de doscientos ducados, su tarea principal aquellos años se centró en mantener la colección imperial de relojes. No vaya a pensarse que eran cientos de piezas, pues a la muerte del emperador, según el inventario real, la colección se componía de siete grandes piezas, además de algunas más pequeñas.

Pasado el tiempo, ya reinando Felipe II, es nombrado Matemático Mayor, aunque deja España temporalmente porque el papa Gregorio XIII le encomienda la tarea de ayudar en la reforma del calendario. Más tarde se encargó del diseño de las campanas del Monasterio de El Escorial, a raíz de una petición de Juan de Herrera, muy amigo de Juanelo.

Sus últimos tiempos los pasó en Toledo, donde murió en 1585. En esa ciudad desarrolló una máquina muy ingeniosa capaz de elevar agua desde el Tajo hasta el Alcázar, salvando un desnivel de unos cien metros. Lo malo de tratar, a veces, con la administración pública es que puedes terminar por no cobrar. Juanelo proyectó y construyó la máquina elevadora, pero como vertía sus aguas al Alcázar, propiedad del ejército, éste se quedó con la máquina, con el agua y, de paso, se negó a pagar. El Ayuntamiento toledano encargó otro ingenio a Juanelo, que desembocara en terreno municipal. Vale, no hubo problema, el ingeniero lo construyó. Ay, lo malo fue cuando nadie quiso pagar. El ejército alegó que no había pedido tal chisme y el Ayuntamiento afirmó que la culpa era de los militares. Del primero de los ingenios Turrielo, al parecer, no percibió ni una mísera moneda, con lo que se arruinó por completo.

En aquellos días, y de esto queda el recuerdo de una calle llamada Hombre de Palo, el inquieto Juanelo, según cuenta la leyenda, construyó un sirviente «robótico». Posiblemente se trató de un autómata, como tantos otros que se fabricaron en siglos posteriores, solo que aquel engendro genial no era de metal, sino que estaba formado por palos.

A Turriano se le atribuyó una magna obra, Los veinte y un libros de los ingenios y máquinas de Juanelo, pero no fue publicada en vida. Se trata de una verdadera enciclopedia tecnológica del siglo XVI, una maravilla que ha sido rescatada recientemente. Lo más penoso del asunto es que, si en su día no vio la luz fue porque, al parecer, los militares consideraban su contenido como secreto de estado. No es para menos, pues en ese libro pueden verse los planos para construir muchas de las máquinas ideadas por este ingeniero, como molinos portátiles, presas, relojes de bolsillo, observatorios astronómicos, autómatas soldado, simuladores de combate, máquinas volantes… Hoy se considera que la obra, en realidad, fue escrita por Pedro Juan de Lastanosa, maquinario de Felipe II, y se atribuyó a Turriano dada su gran fama.

Puede consultarse la obra de Turriano, tanto en inglés como en castellano, a través de la edición facsímil editada actualmente. Lo mejor es localizarla en una biblioteca, pero también puede comprarse. Existen así mismo varios libros que analizan su obra. Consulta en el ISBN.

Imagen: El Mundo/Inventario de medallas de la Fundación Lázaro Galdiano.