José Echegaray, el Nobel ignorado

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Extractos del artículo que publiqué en Historia de Iberia Vieja, número de diciembre de 2009.

Estaba ya en el declinar de su vida, cuando se apetece el reposo y el recuerdo tiene más valor que la esperanza, cuando las Academias acogedoras prolongan artificialmente la vida científica de los sabios agotados por el trabajo y todo parece invitar a la renunciación y a la comodidad. Y sin embargo D. José Echegaray, con bríos juveniles, comenzó a explicar su asignatura y dejó en las páginas del Boletín de la Academia de Ciencias una muestra maravillosa de lo que hubiera sido su labor científica si la hubiera comenzado cuarenta años antes.

Madrid Científico, abril de 1932.

España y el Premio Nobel

Atención, sin acudir a enciclopedias ni libros de consulta, ni tan siquiera a Internet y cualquiera de los buscadores que en su maraña de datos habitan, ¿sabría el querido lector que a estas letras se asoma citar de memoria los Premios Nobel que en la historia de España han sido hasta la fecha? He de suponer que, teniendo entre sus manos un ejemplar de Historia de Iberia Vieja, la mayoría de quienes acepten el reto habrán repasado mentalmente el exiguo grupo de afortunados premiados. En caso contrario, amigo lector, no se preocupe, porque en algunos casos la historia los ha ido olvidando hasta que de ellos no han quedado sino algunas sombras añejas.

Ahí está nuestro galardonado más conocido hoy día, sin duda por lo reciente del caso, pues fue en 1989 cuando se distinguió a Camilo José Cela con el Premio Nobel de Literatura. El 1977 fue Vicente Aleixandre quien recibió el mismo premio, como también lo fueron Juan Ramón Jiménez en 1956 o Jacinto Benavente, en 1922. Si miramos los campos de la ciencia encontraremos todavía más escasos frutos, aunque sin duda absolutamente geniales. Santiago Ramón y Cajal recibió el Nobel de Medicina en 1906, siendo secundado en 1959 por Severo Ochoa. ¿No habrá por ahí algún escondido Nobel de Química, Física, Economía o de la Paz? No, en esas categorías nuestro país todavía no ha logrado pisar el terreno del Nobel y, sin embargo, sí tuvimos el privilegio de contar con cierto personaje ignoto que, además de ser premiado como literato bien pudo lograr algún otro Nobel científico. Me refiero a alguien que, hasta el mismo día de su muerte, a la avanzada edad de 84 años, cultivó las más diversas ramas de la ciencia, la matemática y las letras: José Echegaray, a quien se distinguió con el Premio Nobel de Literatura en 1904, siendo así el primer español en lograr una de las codiciadas medallas de factura sueca.

Un premio polémico

Sorprende el hecho de que, siendo sus inclinaciones y vocaciones tan amplias, fuera precisamente el Nobel de Literatura el premio con el que fuera distinguido. Hubo quien se lo tomó muy mal, recibió insultos y descalificaciones, malos aires y modos desagradables, pues la política, como en tantas otras ocasiones, se encontraba como ingrediente fundamental de la función. También hubo quien se lamentó, con profunda sinceridad, y no sin cierta razón, puesto que Echegaray había sido reconocido por ser padre de un teatro ya en sus horas bajas, prácticamente anticuado al poco de nacer, habiendo dejado a un lado su labor científica para dedicarse durante décadas a tareas que, al menos, le permitieron vivir sin preocuparse de los dineros.

No era el Premio Nobel en aquellos primeros años del siglo XX en nada parecido a lo que se ha ido convirtiendo con el paso del tiempo. Por entonces, la idea principal que rondaba la mente de los académicos suecos era la de honrar la vida de grandes hombres de su tiempo, más que fijarse en obras concretas o aportaciones singulares. Por ello, no deberá extrañar que en una de sus primeras celebraciones, fuera el poeta francés Frédéric Mistral, junto a Echegaray, quien recibiera el Nobel de Literatura. En el caso de Mistral no cabe duda que se pretendía homenajear toda una vida dedicada a la poesía y al enaltecimiento de la lengua occitana pero, ¿qué hay del caso español? Sí, José Echegaray llevaba décadas estrenando obras de teatro muy exitosas, tanto en su propia patria como en muchos otros lugares del mundo y, sin embargo, tales obras fueron gravemente criticadas por sus contemporáneos, como Clarín. Su obra como dramaturgo no es que fuera gran cosa puesto que, siendo de calidad, no podía considerarse como excepcional, algo que el tiempo se ha empeñado en demostrar arrastrando su teatro al olvido. Pero siguiendo con la política de los Nobel en su época, el bueno de Echegaray sobresalía en la España de entonces por su labor intelectual y científica. Ni siquiera el propio José llegó a verse a sí mismo como un hombre de letras, sino más bien como un inquieto buscador de tesoros del saber, que dieron como fruto muchos dolores de cabeza y una reputación sin tacha. ¿Cómo honrar a quien lleva décadas dedicado al servicio público, como político digno de elogio? Nada más y nada menos que con un Nobel, y de Literatura para más señas, pues otro no podría amoldarse plenamente a su perfil. Ciertamente, sería un dramaturgo mediocre, pero su labor científica tampoco había dado frutos sobresalientes, por lo que un Nobel de Física, por ejemplo, hubiera estado completamente fuera de lugar.

Con esa forma de ver las cosas, la Academia decidió premiar una vida honrada, más allá del posible valor que sus obras de teatro pudieran tener. Una vida llena con su gran trabajo en diversos ministerios, como los de Hacienda o Fomento, proponiendo y llevando a cabo grandes reformas, luchando por las libertades y por el progreso de la ciencia. Echegaray escribía obrillas de teatro, para él no eran más que divertimentos que le hacían ganar el dinero suficiente como para poder dedicar el tiempo a su verdadera pasión: la ciencia. Y como de la ciencia no pudo vivir, gastó horas interminables en dar vida a historias teatrales. El gesto llegado desde Suecia pudo haber sido pensado con la mejor de las intenciones, pero el resultado fue bastante negativo, pues desde que se conoció que a él le correspondía el gran premio, no dejaron de llover las críticas e insultos de la vanguardia literaria española. Desde Unamuno a Baroja, Rubén Darío o Valle Inclán a prácticamente todo miembro conocido de las letras contemporáneas, emitieron toda clase de juicios oscuros.

Muchos de los malos tonos que llegaron a oídos de Echegaray tuvieron que ver con el dichoso premio, que inicialmente iba a ser otorgado al dramaturgo en lengua catalana Àngel Guimerà. Las presiones del gobierno español, que no consideraba adecuada esa elección por motivos políticos, hicieron que la Academia se fijara en Echegaray pues, a fin de cuentas, a su sobresaliente vida se unía su labor como dramaturgo y traductor al castellano de algunas obras de Guimerà. De esa forma, se pasó de intentar premiar a dos literatos que lucharon por el renacer de lenguas minoritarias, como Mistral y Guimerà, a mediar en una disputa política en la que Echegaray terminaría siendo víctima de todos los golpes.

El genio polifacético

Si a su obra literaria se referían, no cabe duda de que cierta razón sí les asistía, ahora bien, la vida de Echegaray, y los méritos que contiene, debieron ser dignos de alabanza pues, aunque un Nobel de Literatura no fuera la mejor forma de honrar su trabajo, el simple hecho de repasar su biografía debiera haber sido motivo más que suficiente como para acallar gran parte de los insultos.

José Echegaray nació en Madrid el 19 de abril de 1832. A lo largo de su amplia vida, que vio su final en 1916 en la misma ciudad en la que llegó al mundo, dedicó su tiempo a las más variadas actividades. Fue Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, insigne matemático, dramaturgo de éxito, además de político y gestor excepcional. Buen estudiante, número uno de su promoción en ingeniería, entre sus pasiones se reunía una mezcla de amor por las letras y la ciencia que no le abandonaría nunca. Incluso contando con más de ochenta años de edad, dedicaba ingentes esfuerzos a su labor científica pues era consciente de haber estado apartado durante décadas de su original intención, entretenido en las más diversas labores políticas y literarias.

Decenas de volúmenes recogen su obra físico-matemática, que inició en 1854 cuando comenzó a impartir clases en la Escuela de Ingenieros de Caminos. Desde entonces logró dar forma a tratados sobre hidráulica, cálculo diferencial y física, entre otras materias. Su buen hacer le llevó a ser elegido miembro de la Real Academia de las Ciencias Exactas donde, con motivo de su negra forma de ver la pasada historia científica española en su discurso de ingreso, se vio preso de una grave polémica política siendo incluso atacado por los liberales, a quienes él sentía como próximos a sus ideas. Puede que fuera esa la chispa que hizo inclinar su vocación hacia la política, llegando a ser nombrado Director General de Obras Públicas, Ministro de Fomento y, más tarde, de Hacienda. Lo más curioso de su labor política como excelente gestor al mando de los dineros públicos, siempre mirando hacia el futuro, pensando en el desarrollo del ferrocarril y la industria, fue que los tiempos pasaban, pero los diferentes gobiernos seguían solicitando sus servicios. Igual daba que fuera durante el reinado de Amadeo de Saboya, que en la República o con la restauración de la monarquía, Echegaray siempre era llamado para los más altos cargos económicos. Durante uno de sus mandatos al timón de la Hacienda Pública, logró que el Banco de España adquiriera el carácter de banco nacional con el monopolio de la emisión de moneda y, aunque tras muchos años aparcó la política por la literatura, fue llamado nuevamente por Alfonso XII para ocupar el cargo de Ministro de Hacienda. Sí, su inclinación política era próxima al liberalismo y a la república, sin embargo, había algo que siempre colocaba delante de su propia tendencia: el bien común. Puede que fuera por eso, y por su forma de gestionar los recursos a su cargo, por lo que independientemente de quién fuera el que arriba se encontrara, el nombre de Echegaray sonaba siempre como indispensable. Demasiado trabajo para una vida, aderezada con casi setenta obras de teatro muy queridas por el público europeo de entonces, tanto como ignoradas por la crítica posterior, académico de la lengua, miembro de sociedades científicas y, sobre todo, como a él le gustaba recordar, incansable cultivador de las relaciones entre la física y las matemáticas. Sí, polémico fue su Nobel de Literatura, ¿y qué? Una vida así merecía un reconocimiento sin igual, aunque más que alegrar sus últimos tiempos lo que lograron fue oscurecer su figura, hoy tristemente olvidada.