El asesinato de la mujer perfecta

Versión reducida del artículo que publiqué en la edición de noviembre de 2009 de la revista Historia de Iberia Vieja.

En la calle de Galileo, número 57, vivía la escritora izquierdista Hildegart Rodríguez, en unión de su madre. Ayer de mañana a primera hora dicha señora ordenó a la sirvienta que se trasladase a avisar a una vecina. Aprovechando esta ausencia, penetró en el dormitorio de su hija Hildegart, que se encontraba durmiendo, disparándola cuatro tiros, que le produjeron la muerte…

Diario Palentino, sábado 10 de junio de 1933.

A veces uno se encuentra con historias fascinantes de las que, o bien no conocía nada, o habían quedado guardadas en lo más profundo de la memoria como sombras apenas reconocibles. Tal cosa es lo que me ha sucedido con el sorprendente caso del asesinato de Hildegart Rodríguez, pues buscando en la hemeroteca datos sobre un accidente de tráfico acaecido en 1933 en un pueblo de Palencia, me estrellé de bruces con el ejemplar del Diario Palentino cuyo fragmento encabeza este artículo, donde se recordaba un sonado asesinato que tuvo lugar en Madrid y que atrajo la atención de toda España durante meses. He de reconocer que apenas me acordaba del caso y, salvo leves destellos en mi cabeza acerca de una novela que se basó en el mismo, no lograba situarlo. Así que, nada mejor que acudir a la prensa de la época para saber un poco más. Habrá quien se pregunte qué narices pinta un crimen, aparentemente nada excepcional, en una sección que habitualmente se dedica a asuntos más agradables, como las semblanzas de inventores, viejos cacharros y similares. La respuesta es sencilla, pues cuando se conoce algo de la vida de Hildegart no se puede ignorar que, en realidad, la chiquilla había sido manipulada por su madre desde antes incluso de su nacimiento, en un proceso extraño a modo de experimento social para lograr de ella el primer ejemplar de mujer para los nuevos tiempos, perfecta, libre e independiente. Puede que el terrible experimento fuera demasiado exitoso para la instigadora, pues su propia mano terminó con el objeto de estudio y, por si fuera poco, el marco de convulsión política en que vivía la España de la época contribuye a crear un cuadro de lo más pintoresco y macabro.

El experimento Hildegart
Lo que a continuación presentaré no son más que unas breves pinceladas de una vida singular, basadas en fragmentos que he recuperado de la prensa española de los años treinta del siglo pasado. Naturalmente, esto únicamente supone rascar la superficie del caso, pues quien desee ir más allá tiene a su disposición varios libros, e incluso una película, que abordan el asunto. He ahí, por ejemplo, la novela de Eduardo de Guzmán Espinosa, Aurora de sangre, publicada en 1973, que fue convertida en película años más tarde por Fernando Fernán Gómez.

Como toda historia, ésta también tiene un comienzo. Aurora Rodríguez Carballeira, era una mujer extraña y de fuerte carácter, conocida principalmente entre su círculo de relaciones por su vehemente defensa del socialismo. Su activismo político se asociaba a ciertas ideas sobre la creación de un nuevo ser humano, capaz de alumbrar una era de paz social y prosperidad. Lo que podría ser considerado como sencillo planteamiento filosófico, utopía tantas veces soñada a lo largo de la historia, ella se atrevió a convertirlo en algo tangible. Así, Aurora decidió concebir un hijo, al que negó cualquier tipo de acceso a su padre biológico. Podría, de esa forma, moldear su mente hasta convertir al vástago en el primer ejemplar de una nueva raza. El delirio cobró forma al quedarse embarazada Aurora en Ferrol. El 9 de diciembre de 1914 nació en Madrid Hildegart, el objeto del experimento. Su nombre no fue elegido al azar, sino que lo seleccionó su madre, según sus propias palabras, como símbolo de sabiduría, aunque en la etimología original alemana, ni se escribe así ni significa lo que Aurora creía. Se cuenta que, tiempo antes, ya había intentado moldear la mente de su sobrino, Pepito Arriola, como niño prodigio de la interpretación pianística. Con ese antecedente, Aurora se dedicó en cuerpo y alma a crear la mujer perfecta en la persona de su hija Hildegart. ¿Cómo conseguir su objetivo? El método consistía en la enseñanza continua, casi obsesiva, de lo que Aurora consideraba como básico. Su esfuerzo hizo que Hildegart fuera capaz de escribir, incluso a máquina, tocar el piano y leer, a una edad en la que el resto de los niños apenas si acertaban a recorrer torpemente las letras. El programa ideado para la niña hizo de ella toda una celebridad, pues sus habilidades y conocimientos llegaron a abarcar desde muy temprano ámbitos asombrosos, desde el conocimiento de idiomas hasta saberes científicos y los relacionados con la sexualidad humana, añadiendo a todo ello un tinte ideológico muy marcado y gobernado hasta el más mínimo detalle por Aurora.

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No extrañará que, en ese ambiente, los estudios de Hildegart fueran sobresalientes en todos los aspectos, llegando a licenciarse en derecho con casi 18 años de edad. Aquello únicamente era el principio del programa, la niña creció en un ambiente político muy activo, y desde muy temprano participó en debates y discusiones, publicó columnas de opinión en diarios importantes y, como miembro muy activo del Partido Socialista, se convirtió en el centro de un grupo de pensamiento que abogaba por una reforma en la moral sexual y era partidaria de prácticas eugenésicas. Todo aquello hizo que Aurora, quien había inculcado meticulosamente esas ideas en la mente de su hija, fuera recorriendo con éxito, paso a paso, el plan que había sido diseñado con frialdad muchos años antes. Al fin se había dado a conocer a la “nueva mujer”, que fue escuchada por políticos y grandes hombres de su época, que gritaba pidiendo libertad sexual, política y jurídica para las mujeres, que escribía con calidad excepcional y era capaz de asombrar a todo el que atendía a sus conferencias. Las actividades políticas y culturales de la niña, ya al borde de convertirse en mujer, llamaron la atención incluso de varias publicaciones a lo largo y ancho de todo el mundo. Sin duda, su futuro como líder social y político sería venturoso, el plan marchaba a la perfección y Aurora se sentía como un demiurgo extasiado ante su obra maestra. Todo un caso que parece extraído de una película de ciencia ficción, cercano a la fantasía de Un mundo feliz, de Huxley, el éxito de un experimento para crear un ser humano encauzado con exactitud por las vías surgidas de los designios de una madre, hasta que una pequeña pistola terminó brutalmente con el sueño de la mujer perfecta.

La muerte de la virgen roja
Como sucede con los monstruos de las novelas góticas, Hildegart, a la que llegó a conocerse como la virgen roja, empezó a pensar por sí misma y a esbozar sus propios planes más allá de los deseos y proyectos de su “creadora”. Para empezar su propia revolución, decidió abandonar el Partido Socialista para pasar a formar parte del Partido Republicano Federal. La idea contrarió a su madre, pero como la actividad pública de la niña no disminuyó, sino que su lucha por la liberación sexual de la mujer fue en aumento, el primer choque grave con el plan maestro fue diluyéndose. Entre libros, panfletos políticos y ampliando sus estudios, esperando se mayor de edad para poder dedicarse a la abogacía, nada parecía que la inseparable pareja, la madre y la hija que iban a cambiar el rostro de la mujer del siglo XX terminaría estallando en un mar de sangre.

¿Qué sucedió para que Aurora decidiera acabar con la vida de su “monstruo”? ¿Acaso decidió Hildegart apartarse para siempre de los estrictos planes de su madre? No se conoce con exactitud qué pudo suceder, pero se afirma que Hildegart pudo haberse enamorado de un hombre, cosa inadmisible por parte de Aurora y que, por varias diferencias de criterio, la “niña” había pensado en separar su vida del programa al que hasta entonces se había sometido. Cada vez que Hildegart osaba sugerir tal cosa, su madre amenazaba con suicidarse, ahondando cada vez más en su propio mundo de locura. Aurora pensaba que sus enemigos políticos deseaban arrebatarle la obra de su vida y, ante tan terrible escenario para ella, tomó la más trágica de las decisiones: terminar con el experimento antes de que fuera conducido lejos de su influencia. El Heraldo de Madrid narró de esta forma, en su edición del viernes 9 de junio de 1933, los detalles del asesinato:

He aquí un parricidio que apasionará a los juristas tanto o más que a la opinión indocta. La muerte de la señorita Hildegart a manos de su propia madre que, enamorada de su obra hasta el paroxismo, la destruye antes que verla desvirtuada por el influjo extraño de un amor no previsto. (…) Aurora Rodríguez vivía acompañada de su hija y de una sirvienta en un modesto cuarto de la Calle de Galileo, número 57, piso cuarto, derecha. En una de las habitaciones del fondo habíase instalado la alcoba donde, sobre unas camas turcas, descansaban madre e hija. La cama que aparecía pegada a la pared era la que habitualmente ocupaba Hildegart. (…) Hace varios días, y a raíz de un altercado que Aurora Rodríguez tuvo con su hija, subió a la azotea de la casa en que ambas vivían y disparó varios tiros al aire. Como explicación a las vecinas, dijo que había querido probar el funcionamiento de un viejo revólver que tenía en casa. (…) Hoy por la mañana, a las ocho y cuarto, se levantó Aurora. Encargó a la sirvienta Julia Sanz que saliera a la calle con los dos perritos que tenía su hija. Obedeció la criada y marchó a un campo próximo. En la casa quedaron solas madre e hija. (…) A las ocho y media comenzaron a ladrar con fuerza algunos perros que había en el patio del inmueble. Nadie oyó los disparos que se hicieron en el cuarto ocupado por Hildegart y su madre. Aurora salió de la casa a esa hora. El hijo de la portera barría la escalera. Vióla salir despeinada y con un abrigo de caracú sobre los hombros. La señora Rodríguez bajó tranquilamente. En el portal se entretuvo unos instantes para hablar con la portera:

—Agradeceré a usted —dijo— que vea a Julia y le diga que espere aquí a Basilia, una mujer que ha quedado en venir para llevarse al gato. Cuando venga esa señora, que suba con ella. Tardaré en regresar…

La portera cumplió el encargo. Julia esperó la llegada de la persona que le habían anunciado, y las dos mujeres subieron juntas al cuarto. Nada anormal advirtieron al entrar en él. Julia tuvo necesidad de penetrar en la alcoba y, con el horror que es de suponer, vio sobre el lecho, bañada en sangre, a su señorita. Aterrara, dio gritos en demanda de auxilio. Acudieron algunos vecinos y entre todos trasladaron a la que suponían gravemente herida a una Policlínica instalada en la calle Fernández de los Ríos. El facultativo de guardia, doctor D. Valentín Camino, no pudo hacer otra cosa que certificar la defunción. La señorita Hildegart presentaba cuatro heridas. Dos en la cabeza, una en la región malar y otra en el cuello. Alguno de los disparos tuvo que hacerse a quemarropa, toda vez que parte del rostro de la víctima aparecía chamuscado por efectos del fogonazo.

Ciertamente, la escena tuvo que ser sobrecogedora. A las nueve menos cuarto de esa mañana, tal y como narran los periódicos de ese trágico día, Aurora fue a buscar el consejo de un amigo, el conocido político Juan Botella Asensi, a quien logra despertar en su hogar gracias a su insistencia, a pesar de las negativas a ser recibida por parte de las sirvientas. Y, ante el político, Aurora afirma con frialdad haber matado a su hija. El hombre, inicialmente escéptico, accede a acompañar a Aurora hasta el Juzgado de guardia en taxi. En el edificio judicial ya se tenía conocimiento del hecho, pues varios agentes habían sido enviados al lugar del crimen al ser alertados por los vecinos. Comenzó así el recorrido de esta historia por los juzgados, algo que mantuvo en vilo al público durante meses.

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Antes de la celebración del juicio, Aurora pasó el resto de 1933 en la Cárcel de Mujeres, donde protagonizó diversos altercados. Ante sus continuos insultos y agresiones hacia una vigilante, tuvo que ser recluida en una celda de castigo. Este comportamiento, errático e irracional, contrastaba mucho con la frialdad con que había confesado su crimen el mismo día en que lo cometió. Varios médicos examinaron el caso y, a pesar de lo que pudiera parecer, determinaron que la mujer no padecía ningún tipo de locura, aunque con el paso del tiempo surgieron opiniones contrarias. Por ejemplo, después del juicio, pasado ya un año desde la fecha del parricidio, la Sociedad de Neurología y Psiquiatría se ocupó de estudiar la historia clínica de Aurora Rodríguez. El informe emitido por dicha sociedad incide en que la autora del crimen se encontraba afectada por un proceso de paranoia y se lamentaba de que, a lo largo del proceso, no se hubiera ahondado lo suficiente en el asunto de su salud mental. El juicio, con jurado popular, que se inició a finales de mayo de 1934, entre las dudas sobre si la paranoia o algún otro tipo de locura, tal y como alegaba la defensa como circunstancia eximente, se hallaba tras la inexcusable acción sometida a proceso, llegó a su fin con veredicto de culpabilidad y una sentencia que condenaba a Aurora Rodríguez a cumplir veintiséis años de prisión.

Hildegart
Glosaba así José Montero Alonso la figura de Hildegart Rodríguez en Nuevo Mundo, el 16 de junio de 1933:

Era alta, fuerte, varonil, y había en ella al mismo tiempo un aire infantil, un no sé qué de adolescencia. Nadie viéndola imaginaría que tras aquel aspecto de muchacha campesina había un espíritu que no sentía el menor temblor al asomarse a los abismos de la vida personal o social. El alma tenía en ella audacias magníficas, ambiciones poderosas. Quería que todo fuese mejor, más puro, más sincero y más feliz: un espíritu mejor, un amor mejor, una Humanidad mejor. Asombra lo que aquella frente casi niña logró albergar. Lenguas, Derecho, Medicina, Ciencia social. ¿Adónde hubiera llegado esta muchacha que en plena juventud aparecía ya con los oros granados de la madurez? (…) Hace unos meses publicó la escritora un artículo en el que subconscientemente hablaba de su muerte. Era un artículo sobre “Endocrinología, delincuencia y eugenesia”. Comentaba la importancia de lo sexual como antecedente y explicación del delito. Y citaba casos en que el crimen respondía a una degeneración de las glándulas internas, que había de buscarse en la deficiente constitución de éstas la raíz de un hecho a primera vista injustificable. No pensaría Hildegart al trazar estas líneas que probablemente, unos meses más tarde, al querer hallar una explicación a lo inexplicable de su muerte, habría que ir a esa zona obscura y bárbara de lo sexual. Esos tiros de una madre sobre su hija dormida hieren también el romántico poema maternal, tejido hasta hoy, tradicionalmente, con sacrificios y ternuras. (…) ¡Pobre Hildegart! Sus veinte años magníficos, palpitantes de promesas, de audacias y de rebeldías, se han abatido trágicamente. Ella soñaba una vida mejor, y ha entrado en la gran sombra, acaso porque la única vida mejor es la de la muerte.