Viejos agujeros negros

Durante el siglo XX grandes físicos y matemáticos han estudiado a fondo los agujeros negros, pero no por ello son una idea nueva. La sorpresa, como en muchos otros casos, surge al rebuscar en viejos papeles, para descubrir que no hay nada nuevo bajo el Sol, porque hace varios siglos un pionero ya hablaba de agujeros negros. Según la mecánica clásica newtoniana se relaciona con claridad la velocidad de escape de un objeto con la masa de un objeto cósmico.

Para que una masa escape de la influencia gravitatoria de otra, debe alejarse de ella con una velocidad mínima llamada «de escape.» Esa es, por ejemplo, la velocidad utilizada por las naves espaciales para alejarse de la Tierra. Cuanta más masa posea un objeto, tanto mayor deberá ser la velocidad de escape para huir de su influencia. En 1783 el astrónomo británico John Michell calculó diferentes velocidades de escape según el tipo de estrellas. Llegó a la conclusión de que, si una estrella tiene una masa muy grande, la velocidad de escape podría llegar la de la luz o incluso superarla, con lo que ni siquiera los rayos luminosos podrían huir de ella. Así, cualquier observador externo no vería absolutamente nada del astro, porque sería totalmente negro.

Aquellos arriesgados cálculos fueron criticados sin piedad, calificados de locura y herejía contra las leyes naturales. La audacia de Michell pronto fue olvidada entre las risas de los «sabios», como tantas otras veces. Tuvo que pasar más de siglo y medio para que la ciencia redescubriera los agujeros negros, dando de nuevo la razón al «loco» astrónomo que se atrevió a imaginar cosas tan extrañas.

Más info: Astronomical Society of Edinburgh