El elemento coronio y su pariente el geocoronio

En el largo proceso por el que se ha ido estableciendo la identidad de los elementos químicos, han aparecido en multitud de ocasiones errores de identificación de todo tipo1. Por ejemplo, a partir de las observaciones del espectro luminoso de una nebulosa llevadas a cabo por el astrónomo británico William Huggins en 1864, se propuso la existencia de un elemento desconocido al que se llamó nebulio. En 1927 se demostró que no era así, sino que el rastro extraño descubierto con el espectroscopio correspondería a cierta forma de oxígeno ionizado (O2+).

nebulio
Incluso cuando ya estaba prácticamente olvidado, todavía se hablaba del nebulio en la prensa.
Recorte de «La Luz del porvenir», agosto de 1927, num. 176, página 15.

Pero, sin duda, el elemento químico «imaginario» que más me ha llamado la atención fue el enigmático coronio. En observaciones del espectro de luz de la corona solar llevadas a cabo durante el eclipse de sol del 7 de agosto de 1869, se registró un línea verde de emisión correspondiente a una longitud de onda de 530,3 nm (línea coronal 1474 K). Este hecho fue observado de forma independiente tanto por el astrónomo estadounidense Charles Augustus Young, como por su compatriota, de origen escocés, William Harkness. Como la presencia de esa línea en el espectro de la corona solar no parecía corresponder a ningún elemento conocido, se estableció que se podría estar ante la presencia de un nuevo elemento, al que se llamó, por motivos obvios, como coronio. Hasta bien entrado el siglo XX, ya en los años treinta, no se estableció que, en realidad, el coronio no existía, sino que se trataba de átomos de hierro fuertemente ionizados (Fe13+). Del interés despertado por este elemento cabe recordar algunos recortes de la época, como éste de Octaviano Romero, de mayo de 1902, procedente de la revista El Mundo científico:


Desgraciadamente para los progresos de la ciencia, el estudio de la atmósfera coronal, limitado á los bre­ves momentos de duración de los eclipses totales, ha permanecido casi estacionario desde que en 1859 fue advertida por primera vez la raya verde en el espectro de la corona y pasó a la categoría de hecho demostrado la existencia real de esta sutilísima atmós­fera y que estaba constituida en todo o parte por un elemento desconocido en la tierra: el coronio; nombre dado desde el primer momento a la misteriosa mate­ria que afirmaba su presencia, en los últimos límites de las expansiones solares, por débiles radiaciones en el campo espectral de los analizadores.



Era natural que como en anteriores eclipses, en el de 28 de Mayo de 1900 despertase el interés científico el estudio de la corona, y a este punto dedicaron, efecti­vamente, su atención los hombres más eminentes en la Astrofísica distribuidos en la zona de la totalidad tanto en América como en Europa. (…)



(…) Dentro de la certeza que un hecho de observación puede inspirar, cuando ningún prejuicio ni causa racional de error cabe aducir contra él, admitimos como innegable que la atmósfera coronal se halla constituida casi exclusivamente por ambos gases [hidrógeno y coronio] y que éstos no se encuentran más ó menos uniformemente repartidos en toda la masa formando un medio homogéneo, sino superpuestos en el orden de sus densidades y ocupando por consiguiente el hidrógeno las zonas inferiores, inmediatamente encima de la región del helio, y el coronio las superiores, como una tenue, y en sus limites casi diáfana dilatación gaseosa esfumada y como disuelta en los vacíos del éter. La enorme fuerza expansiva de las masas centrales, sólo contrarrestada por la atracción solar, lanza incesantemente al espacio los elementos que la forman. La espectroscopia permite demostrar los efectos de esta proyección y establecer el hecho de que en el foco de materias incandescentes que constituye la atmósfera solar, los gases se encuentran superpuestos en el orden de sus pesos atómicos. Cuál sea la intensidad de esta fuerza proyectiva lo demuestra la altura de 60′ (2.500.000 kilómetros) a que se ha observado el coronio, la cual supone una velocidad inicial de proyección de la masa gaseosa de 400 kilómetros por segundo.


Un dato más curioso si cabe, con relación al coronio, se encuentra en que el padre de la teoría de la deriva continental, Alfred Wegener, sostuvo que en la alta atmósfera terrestre podría existir un análogo del coronio, al que se llamó geocoronio (la cosa llegó al punto de publicarse algunos estudios en los que se sugería emplear geocoronio como gas para dirigibles y globos aerostáticos… ¡si se lograba demostrar su existencia!)

Estimación de composición atmosférica siguiendo la teoría del geocoronio de Wegener.
Revista Algo, Barcelona, 26 de diciembre de 1931. Número 139. Página 6.
Consideraciones sobre el geocoronio. Vida marítima, 30 de julio de 1917.
El geocoronio en un gráfico de la composición de la atmósfera terrestre en altura. Memorial de ingenieros, enero de 1934.

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1 Una lista de varios de esos errores de identificación puede encontrarse aquí: List of misidentified chemical elements.