La sinuosa carretera de Birmania

Curvas, más curvas, muchas más curvas, como si una serpiente hubiera trazado su curso en los planos que dieron paso a su construcción, la carretera de Birmania puede considerarse como una pesadilla para los amantes de la conducción tranquila. Ahora que, si nos vamos al extremo de los gustos automovilísticos, quien disfrute con rutas peligrosas de montaña, hubiera gozado aquí de una experiencia sin igual. La historia de esta sinuosa ruta comenzó poco antes de la Segunda Guerra Mundial. Cruzando Burma, o Birmania si se prefiere nombrar así, colonia británica por aquel entonces, se planificó una carretera capaz de unir Kunming y Yunnan, en China, con terreno birmano, en Lashio. Los británicos no se lo pensaron mucho, pues no se trataba de un capricho, si se deseaba comunicar tan inhóspitas regiones del Imperio, habría que realizar un gran esfuerzo. Así se hizo y, tras atravesar montañas a lo largo de casi 1.200 kilómetros, se consideró cumplido el objetivo. Eso sí, los camiones que tuvieron que surcar esta serpiente de tierra y piedra seguro que se acordaron una y mil veces de la madre de algún que otro ingeniero de caminos.

Durante la Segunda Guerra Sino-Japonesa, concretamente entre 1937 y 1938, más de 200.000 trabajadores chinos dieron forma al trazado por el lado de Kunming, al norte de la ruta. Lo que empezó como vía de comunicación comercial y de control, pasó a ser en poco tiempo una vital carretera para el ejército británico. Durante la Segunda Guerra Mundial esta vía fue empleada para transportar materiales a China hasta que, como no podía ser de otro modo, los japoneses decidieron que los británicos no pintaban nada allí. Una fuerza imperial substituyó a otra, dejando a los británicos la única opción de enviar material hacia el norte a través de vuelos desde la India, sobre las montañas del Himalaya. El apaño funcionó pero era muy peligroso, por lo que, en medio de diversas presiones por parte de los Estados Unidos, los británicos lucharon con denuedo hasta lograr reconquistar parte de Burma. La ruta volvió a abrirse, pero las continuas incursiones japonesas hicieron que los norteamericanos planificaran otra ruta paralela, que enlazaría con la carretera de Burma desde el norte, partiendo de la India. La nueva ruta, conocida como carretera de Ledo, partía de la ciudad del mismo nombre, en el norteño estado indio de Assam y sorteaba las porciones más peligrosas de la vieja ruta de Burma. Se convirtió así en la principal vía de acceso de materiales hacia China, muy cerca de terreno conquistado por Japón, por lo que además de los peligros propios del área, debían unirse las precauciones ante ataques procedentes del este. El sur de la Carretera de Burma seguía en manos japonesas, pero eso no impidió que el enlace ideado con la carretera de Ledo se convirtiera en una idea genial.

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Y he aquí que, ciertamente, lo de idea genial puede aplicarse sin exagerar. Los japoneses pensaron que, tomada parte de la ruta hacia China, los aliados no tendrían más vía que ayudar a los chinos con aviones, lo que en realidad equivalía a un cierre completo del tráfico de suministros por tierra. Una victoria táctica que no se vio empañada ni siquiera ante el contraataque británico y la reconquista de la porción norte de la carretera. ¿Acaso imaginaron los japoneses que se podría abrir otro camino desde el norte? Naturalmente, era posible, pero para eso se necesitarían años de planificación y construcción, salvo que un loco se empeñara en llevar a cabo tal obra en tiempos de guerra. Bien, pues ese «loco» se hallaba en el lugar adecuado y en el momento justo. El osado general estadounidense Joseph Stilwell ordenó construir la carretera de Ledo y no dudó ni un momento. Ahora ya no había al otro lado un ejército de miles de chinos para cincelar las montañas, por lo que se debía encontrar otra manera de llevar a cabo el arriesgado proyecto.

¿No había chinos? Sin problema, con 35.000 trabajadores locales y cerca de 15.000 soldados estadounidenses, en su mayoría afroamericanos, habría más que suficiente. Eso pensó Stilwell, y puso manos a la obra. O bien tenía una confianza ciega en lo que hacía o realmente algo loco sí que debía estar, porque no había mapas, no se tenía ni idea del terreno que se iba a cruzar y, por si fuera poco, el presupuesto andaba algo justo. Sin cartografía capaz de ofrecer una guía del terreno, con sólo algunas fotografías aéreas y mucha fe, el ejército constructor de Stilwell se dispuso a rasgar las montañas en busca del enlace con la carretera de Birmania. Se sabe que unos 1.100 soldados norteamericanos murieron en el intento, junto a un un número muy superior de trabajadores nativos. Los topógrafos y expertos en geología iban por delante, expuestos a los ataques repentinos de japoneses y a unas condiciones ambientales muy duras. Ellos marcaron, paso a paso, los mapas que desde 1942 hasta 1945 dieron forma a la nueva ruta. Los bulldozers y la dinamita fueron abriendo paso a través de un infierno, luchado contra lluvias y cruel vegetación, empujando mientras tanto a los japoneses hacia el sur hasta que, por fin, a principios de 1945, miles de toneladas de materiales volvieron a surcar en pesados camiones la carretera de Birmania, camino de China. La gigantesca obra llegó a su conclusión casi al final de la contienda y, aunque la cantidad de material que finalmente llegó a China a bordo de aviones, cuyos vuelos de suministro duraron hasta el término de la guerra, fue muy superior en cómputo total al que circuló por la nueva ruta, se consideró que el esfuerzo había merecido la pena.

Más información: The Stilwell Road (1945), documental de la época, en inglés, sobre la construcción de la carretera de Ledo.