Francisco de Paula Martí, inventor de la pluma estilográfica

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Versión reducida del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja, edición de marzo de 2015.

Francisco_de_PaulaUno de tantos españoles ilustres que permanecen ignorados, víctimas de nuestro especial carácter, siempre dispuesto a ensalzar lo ajeno y a despreciar lo propio, ha sido el benemérito D. Francisco de Paula Martí. (…) Para obtener ahorro de tiempo, el que se pierde mientras se copia un discurso al alargar la mano hasta el tintero, recomendaba [el inventor] que la tinta fuera dentro de un tubo, al cual se sujetara la pluma…

La Voz, Madrid, 19 de agosto de 1925.

Un instrumento elegante para el arte de la escritura

El diccionario de la Real Academia Española define la pluma estilográfica como aquella “pluma de escribir que lleva incorporado un depósito recargable o un cartucho para la tinta”. Ni más ni menos, este artilugio aparentemente tan sencillo lleva acompañándonos desde hace unos dos silglos, por mucho que en los últimos tiempos esta elegante forma de escribir se esté perdiendo, prácticamente como la propia escritura manual, en medio de una maraña de teclados físicos y virtuales. A este paso el noble arte de la escritura va a terminar siendo considerado como una reliquia. ¿Dónde quedaron los añejos cuadernos de caligrafía y el deseo por tener una letra atractiva?

Las plumas estilográficas siguen manteniendo su presencia como elemento lujoso y de distinción, lugar que realmente siempre ocuparon, pues en los viejos tiempos eran pocos los que podían permitirse una de ellas y, si acaso, se conformaban con un sencillo “plumín” y su tintero.

Desde tiempos antiguos se han empleados plumas de ave, o bien algunas de otros materiales, incluso metálicas, para realizar trazos de tinta sobre pergamino o papel. Ahora bien, el tener que ir “mojando” la punta de la pluma en el tintero para recargar el artilugio de escritura era todo un arte que debía ser cultivado adecuadamente si no se deseaba llenar el costoso soporte de escritura de molestas gotas de tinta. Por otro lado, aunque terminaba por convertirse en algo mecánico, no dejaba de ser un gesto molesto y tedioso. ¿Habría alguna forma de remediar aquello? La había, y mucho antes de que se inventara el mágico bolígrafo, con su ingeniosa cabeza esférica de metal, surgió la pluma estilográfica.

Como idea, viene de muy lejos. Se conservan registros que mencionan artilugios similares ya en la Edad Media, pero por entonces no se logró llegar a un modelo realmente práctico. En el siglo XVII los refinamientos a los que se llegó con el uso de plumas de ave llegaron al extremo de lograrse ejemplares capaces de retener una cantidad considerable de tinta en su interior. Por esa época surgieron diversos intentos para lograr un equivalente a esas eficientes plumas de ave pero con recipientes metálicos a modo de receptáculos para la tinta. Entonces surgieron las “plumas fuente”, que tuvieron cierta difusión a lo largo del siglo XVIII. Ninguno de esos modelos podía considerarse como una verdadera estilográfica, pero iban bien encaminadas.

La historia “oficial” de este elemento para la escritura menciona que hacia 1835 ya se comercializaban en Inglaterra algunos modelos de “pluma fuente” que tenían características que recordaban lejanamente a nuestras estilográficas actuales. Poco antes, en 1827, se mencionan registros de patentes como la efectuada en Francia por un rumano, Petrache Poenaru, que es considerada como la primera pluma estilográfica de la historia que realmente merece llevar ese nombre. A partir de ahí todo fueron mejoras e innovaciones a cargo de inventores y fabricantes que han moldeado su nombre con letras de tinta dorada que resuenan al cabo de las centurias, como Schaeffer, Waterman, Parker o Pelikan. Una historial aparentemente sencilla que suele olvidar a un pionero que diseñó y construyó toda una pluma estilográfica antes que el inventor rumano mencionado antes. Fue un español, Francisco de Paula Martí, quien supo atisbar el futuro de las herramientas de escritura manual.

El nacimiento de la “pluma-fuente”

Cuando las primeras plumas estilográficas comerciales hicieron su aparición en Inglaterra, en torno al citado 1835, hacía ya más de tres décadas que en Madrid se había dado a conocer la pluma mecánica de Francisco de Paula. Nació en 1803 como un elemento técnico pensado para ayudar en la escritura taquigráfica, perfeccionada también por el propio de Paula. La clarividencia del inventor era tal que, al describir su ingenio, no cabe duda de que nos encontramos ante una pluma estilográfica moderna. He aquí su descripción de la pluma-fuente, realizada en los albores del siglo XIX:

Se hará un cañón de latón o de plata, que tenga cuatro pulgadas de largo: al extremo superior, cuatro líneas de diámetro, y tres al inferior. Este cañón tendrá una tapa con rosca. En el extremo opuesto, que es el más delgado, tendrá otra rosca y un casquillo de una pulgada y cuatro líneas de largo, que sirve para cubrir la pluma y para poderla llevar en la faltriquera, sin que ésta incomode ni se estropee. A cuatro líneas de distancia de la parte más angosta de dicho tubo se soldará un pedazo del mismo metal de una línea de grueso, el cual tendrá un agujerito que pueda caber por él una aguja gorda de coser, seguido de un cañoncito del mismo diámetro de seis líneas de longitud, al frente de cuyo agujerito estará colocada la parte superior de la pluma.

El grueso del metal o acero de que se haga la pluma será el de la cartulina de naipe, y para que tenga la misma elasticidad que una pluma de ave, se le hará la ranura muy larga y a su extremo un agujero. El cañoncito que tiene el tubo unido al mismo agujerito, que es el que comunica la tinta a la pluma, está compuesto a efecto de que el poso que comúnmente hace la tinta, baje al fondo y no impida el paso de ésta.

Para echar la tinta en el tubo se tendrá puesto el casquillo que cubre la pluma, y se echará por la parte más ancha, para que se contenga en el tubo, y no se quitará el casquillo hasta que esté puesto el tapón de la parte superior; de este modo, como no tiene comunicación el aire, la tinta queda contenida dentro del mismo tubo y no sale de allí sino por medio de la frotación que la pluma hace sobre el granito de papel al tiempo de escribir, lo que llama solamente la tinta necesaria para marcar lo que se escribe.

Más claro y sencillo no lo podía describir Francisco de Paula. Ahí estaba, toda una pluma-fuente práctica, moderna y de gran utilidad. ¿Por qué no se conoció en el resto del mundo y se difundió como merecía? Hay que reconocer que, en la tarea del olvido, el propio inventor tuvo bastante que ver. Veamos de forma breve quién fue tan singular personaje, alguien que era todo un genio en diversos campos.

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Pasión por la taquigrafía

En el madrileño Parque del Retiro contempla el paso del tiempo una estatua de Francisco José Buenaventura de Paula Martí y Mora, tal era su nombre completo, en el que se recuerda su papel como inventor de la “taquigrafía española”, pero no se mencionan otras de sus grandes pasiones, como fue la propia pluma-fuente, que mucho tuvo que ver con la taquigrafía.

La taquigrafía es relativamente sencilla de aprender, pero su uso ágil y eficaz requiere de una destreza y una práctica nada desdeñables. Se agrupan bajo este nombre diversos métodos o sistemas de escritura que permiten registrar con suma rapidez un discurso hablado, prácticamente a la misma velocidad a la que se está produciendo. Es lo que ahora llamaríamos transcripción en “tiempo real”. Para lograr tal maravilla se recurre a ingeniosas combinaciones de trazos breves y caracteres que representan las diversas partes del discurso hablado. En la génesis de este tipo de comunicación escrita tuvo mucho que ver nuestro protagonista.

Nacido en la valenciana Játiva el 22 de abril de 1761, o en la misma fecha del año siguiente según otras fuentes, Francisco de Paula Martí desarrolló una intensa carrera como grabador, arte en el que fue considerado gran maestro. Introductor de la taquigrafía en España, desarrolló diversos métodos que mejoraban lo conocido hasta entonces en ese campo y, claro está, así fue como nació su pluma-fuente. He ahí una de las razones por las que no llegó muy lejos tan ingenioso invento, precursor de la pluma estilográfica, porque el bueno de don Francisco estaba más ocupado en dar a conocer sus métodos de escritura rápida que de dar salida comercial al artilugio en cuestión.

Tras sus primeros estudios en Játiva, pasó a cultivar diversas artes en Valencia. Desde muy temprano destacó como grabador, oficio que le proporcionó fama y fortuna. A finales del siglo XVIII se le puede encontrar como fundador y director de la Real Escuela de Taquigrafía, a la vez que publicaba diversas obras que servían de método práctico para la escritura rápida. Su método taquigráfico encontró eco en diversos países. La pluma-fuente maravillaba en Madrid, pero un tanto disperso, Francisco nunca llegó a pensar en su invento como algo que él mismo podía haber llevado al siguiente escalón: la fabricación en serie y su comercialización. Y, así, entre sus clases para “enseñar a escribir con tanta velocidad como se habla y con la misma claridad que la escritura común”, sus célebres grabados, sus libros y otro de sus inventos, una de las primeras agendas de bolsillo de la historia, se fue diluyendo lo que pudo haber sido el origen de una revolución que todavía tuvo que esperar más de treinta años para llegar al gran público. Por desgracia, eso sucedió en manos lejanas a nuestras tierras y la aportación de Francisco de Paula pasó al olvido. Si toda aquella actividad nos parece poco, cabe mencionar que también publicó varias obras de teatro y llevó una vida política muy activa, siempre a favor de su querida constitución de Cádiz de 1812, que vio nacer en primera persona.