Tres escenas sobre tesoros marinos. ACTO I – El oro de Rande

AVISO: He decidido dar vida a una serie de historias sobre tesoros que me han interesado especialmente desde hace mucho tiempo, de una forma un tanto experimental, como si se tratara de una minúscula obra en tres actos. Espero que esta forma o estilo no resulte extraña en demasía para los lectores de TecOb. 😉

ACTO I – El oro de Rande

imgJulio Verne buscaba una fuente de financiación adecuada para las aventuras de Nemo. ¿Dónde encontrar un lugar en el que conseguir metales preciosos sin coste alguno y en cantidad suficiente como para dar vida al Nautilus? En 20.000 leguas de viaje submarino se desvela el enigma…

En un radio de media milla en torno al Nautilus, las aguas estaban impregnadas de luz eléctrica. Se veía claramente el fondo arenoso. Hombres de la tripulación equipados con escafandras se ocupaban de inspeccionar toneles medio podridos, cofres desventrados en medio de restos ennegrecidos. De las cajas y de los barriles se escapaban lingotes de oro y plata, cascadas de piastras y de joyas. El fondo estaba sembrado de esos tesoros. Cargados del precioso botín, los hombres regresaban al Nautilus, depositaban en él su carga y volvían a emprender aquella inagotable pesca de oro y de plata. Comprendí entonces que nos hallábamos en el escenario de la batalla del 23 de octubre de 1702 y que aquél era el lugar en que se habían hundido los galeones fletados por el gobierno español. Allí era donde el capitán Nemo subvenía a sus necesidades y lastraba con aquellos millones al Nautilus. Para él solo había entregado América sus metales preciosos. Él era el heredero directo y único de aquellos tesoros arrancados a los incas y a los vencidos por Hernán Cortés.

El escritor francés se documentaba muy bien a la hora de escribir sus fantásticas novelas, pero no vaya nadie ahora corriendo a sumergirse bajo las aguas de Vigo pensando en localizar fabulosos tesoros, la realidad puede ser un poco menos romántica. Viajemos en el tiempo, saltando a la ría de Vigo a finales de septiembre de 1702. En el horizonte, hacia el oeste, la visión que durante días pudieron disfrutar los gallegos tuvo que ser impresionante. De la lejana América llegaba una flota única. Buscando abrigo en la ensenada de San Simón, en un lugar bien protegido, fueron colocándose los navíos de la mayor flota del tesoro americano de la historia, portando en sus bodegas ingentes cantidades de plata y oro para el Reino de España. Junto a los galeones españoles, una flota de combate francesa hacía las veces de escolta armada, preparada para defender el tesoro ante cualquier ataque.

Lo más sensato y lógico hubiera sido desembarcar el tesoro con rapidez, no fuera a ser que algún pirata, flota enemiga o tempestad, hiciera que tan preciado cargamento terminara en el fondo de la ría. Pero no, la burocracia siempre está ahí para complicar lo que, se supone, son simples transacciones. Originalmente la flota tenía que haber recalado en Sevilla, el lugar donde se situaba la única aduana autorizada para dar paso al tesoro. Pasaron los días, las semanas y no llegaba la autorización de descarga desde Sevilla, así que la ría de Vigo se acostumbró a estar repleta de gigantescos galeones cargados con tesoros inmóviles. Tal visión no podía pasar desapercibida, por lo que la flota anglo-holandesa que rastreaba el Atlántico buscando a los españoles no tardó en ser informada de la presencia en Galicia del tesoro. No podían esperar ser tan afortunados, ahí estaban, como en una ratonera, los barcos que tanto habían esperado encontrar en alta mar para dar caza a sus riquezas.

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Puede uno imaginarse lo que a continuación sucedió. El almirante inglés Rooke ordenó el ataque para finales de octubre. La maniobra no era sencilla, la entrada a la ría estaba bloqueada por imponentes cadenas y, además, los castillos de la costa apuntaban su artillería hacia los invasores. Para colmo, si se deseaba llegar a los tesoros, había que sobrepasar a los buques franceses, armados hasta los dientes. Eludiendo un ataque directo, cosa suicida, los invasores decidieron hacer algo más sutil, un ataque a las fortalezas costeras por medio de soldados de infantería de marina. Conquistados los castillos de defensa, la flota anglo-holandesa lanzaría un furioso ataque a los barcos franceses para, una vez sobrepasados, asaltar a los galeones españoles y usurpar sus tesoros. Visto sobre el papel parece complicado, lanzar una incursión en terreno enemigo y capturar sus posiciones en lo alto puede sonar suicida. Pero el plan funcionó a la perfección, sobre todo porque la infantería era muy numerosa y los defensores de los baluartes escasa en comparación. Una vez con las piezas de artillería costeras inutilizadas, los franceses no pudieron aguantar el violento asalto de los buques de ataque ingleses y holandeses. ¡El tesoro estaba ya en sus manos!

Ante tal desastre, las autoridades españolas ordenaron incendiar y hundir la flota mercante. Muchos barcos terminaron en el fondo de la ría, pero otros fueron apresados por los invasores, que tras varios días de saqueo decidieron retornar al Atlántico, sin haber podido capturar Vigo, fuertemente defendida. Cuentan que, en su marcha, cargaron uno de los galeones españoles con los tesoros que pudieron conseguir y trataron de llevarlo mar adentro, pero quiso el destino que el buque encallara, hundiéndose cerca de las Islas Cíes. La supuesta hazaña de los ingleses y holandeses recorrió desde entonces las tabernas de todo el continente. Digo bien, supuesta, porque a pesar de que la leyenda cuenta que el fabuloso tesoro cayó, al menos en gran parte, en manos de los invasores, parece que los sucesos reales no fueron tan benignos para ellos.

Los galeones siguen ahí, hundidos en la ría de Vigo desde que su destino fuera sellado con fuego en la Batalla de Rande, nombre dado al combate por la posición geográfica que ocupaban. Pero, a pesar de que se han realizado inmersiones y de que algunas compañías cazatesoros piensan invertir fuertes sumas en la recuperación de las ingentes cantidades de metales preciosos que se fueron a pique, en realidad posiblemente ni los ingleses se llevaron gran cosa ni haya tampoco mucho que rescatar de las aguas gallegas. Esto es así porque, otra vez, la burocracia puede ser lenta, pero cuando el dinero en juego es tan fabuloso, no se anda con juegos. Cierto es que el tesoro permaneció bastantes días esperando la orden de desembarco, porque desde Sevilla se deseaba que tal maniobra se realizara de forma controlada. Así se hizo, y los inspectores enviados por el Consejo de Indias montaron toda una batalla paralela, una operación de salvamento en la que, con carros tirados por bueyes en gran cantidad, fueron desembarcando y transportando hacia el interior de España la mayor parte del tesoro. Según palabras de Xose Ramón Barreiro presidente de la Real Academia Galega y catedrático de Historia Contemporánea de Galicia de la Universidad de Santiago:

Hay un tejido de leyendas oscuras sobre este tema. Desde mi punto de vista, el mito sobre el tesoro es precioso pero las investigaciones al respecto nos llevan fracaso de esta teoría. El príncipe de Barbanzón, capitán general de Galicia por aquel entonces, dirigió una expedición en la que mil carros de bueyes -de Pontevedra- partieron hacia Madrid. Incluso en el acta del Cabildo de Lugo, puede comprobarse cómo se asignó una cantidad de dinero para acoger estos carros en Lugo. Seguramente, la plata viajaría en los bueyes.

Algo quedaría en las bodegas de los galeones, pero a buen seguro que los «piratas» no lograron gran cosa salvo, eso sí, hundir unos cuantos barcos franceses y capturar otros. Por desgracia para los amantes de las leyendas sobre tesoros marinos, parece que una parte considerable del mayor cargamento de oro y plata americano jamás visto, terminó en las arcas del Reino de España.

Más información: Todo a babor – Los galeones de la plata
Mapa: Grabado holandés de la batalla. Fuente: Planos históricos da Batalla de Rande.