La máquina de buceo de Klingert (1797)

Repasando la historia de la tecnología de buceo, sorprende ver cómo se sucedieron los proyectos para desarrollar máquinas capaces de ofrecer la capacidad de respiración bajo el agua con seguridad a lo largo de varios siglos. Se cuentan por decenas los intentos documentados desde el siglo XV. He ahí, por ejemplo, la exitosa y sorprendente experiencia de Jerónimo de Ayanz realizada en 1602 en Valladolid, en aguas del Pisuerga, ante Felipe III.

A finales del siglo XVIII apareció la máquina que hoy nos visita. En el cuarto número del Memorial literario o Biblioteca periódica de ciencias, literatura y artes, de 1801, podemos leer la siguiente descripción de un experimento singular:

Hace muchos siglos que se trabaja en buscar una máquina propia para bajar al fondo de las aguas, y conservar la facultad de respirar en ellas pero ninguna de las que hasta ahora se han inventado ha podido llenar completamente este objeto. (…) El señor Klingert de Breslau ha publicado la descripción de una máquina que él mismo ha inventado y con la cual se ha logrado penetrar hasta 20 pies de profundidad en el río Óder, a la vista de una multitud de gente. Parece que con este aparato la persona pudo caminar y respirar libremente en el fondo del agua, y aún logró serrar el tronco de un árbol que estaba en el fondo del río, y atarle varias cuerdas, con las que se le pudo sacar, como igualmente varias cosas de peso. Esta máquina debe ser de gran utilidad, sobre todo para socorrer a los infelices que naufragan en los puertos.


Klingert
Máquina de Klingert. Fuente.

La cosa no pasó de aquella muestra de ingenio, todavía quedaban décadas para que se desarrollara la tecnología de buceo de forma práctica. Sin embargo, el experimento, llevado a cabo en 1797, llama la atención tanto por quién lo realizó como por los medios utilizados. La máquina estaba compuesta por un casco metálico cilíndrico unido a un forro de cuero con mangas y pantalón que se ajustaban al cuerpo de tal forma que se impedía la entrada de agua. Los brazos y piernas quedaban libres para poder trabajar en inmersión. Tenía dos tubos conectados al cilindro, uno para aspiración de aire limpio bombeado desde el exterior y otro para expulsar aire viciado. Se completaba el conjunto con un depósito intermedio de aire regulado a voluntad por el operador a través de una válvula.

La persona que ideó todo aquello fue un mecánico polaco nacido en 1760 llamado Karl Heinrich Klingert. El tipo era de lo más habilidoso, su fama como genio de la mecánica cruzó fronteras y le garantizó recibir encargos singulares. Además de su interés por el buceo, dedicó esfuerzos y dinero (no tenía patrocinadores y, por tanto, financiaba sus propios inventos) a conseguir diversos tipos de prótesis mecánicas para ayudar a discapacitados.